La teoría masái es fácil de aprender. Saben de ella los turistas que visitan aldeas de esta etnia y les compran collares y telas de cuadritos. Saben de ella los periodistas que nos acercamos a ellos para conocer de primera mano sus padecimientos. Saben de ella las organizaciones que luchan por defender sus derechos, o los que escriben la Wikipedia, o quienes conviven con ellos en los pueblos del sur de Kenia y el norte de Tanzania, por ejemplo. Lo difícil es la práctica. Esta no se puede ejercer, sólo somos meros espectadores.
Al principio, los masais eran invisibles a mis ojos, casi no encontraba uno y toparme con ellos era una fiesta. Luego, se dejan ver. Porque están siempre cerca, en realidad. La carretera que une Arusha con el Serengueti y el Ngorongoro está poblada de pastores que vigilan de sus cabras y vacas armados con delgadas y altas varas de madera. Las mujeres Masai que veo desde la ventanilla del coche lucen elaborados collares y pendientes, y telas de vivos colores.
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