Crónicas kenianas (VI): Vivir y morir en la sabana

He aterrizado dentro de la película de El Rey León. Yo que pensaba que ya había visto todo, y resulta que aún podía sorprenderme metiéndome en escenarios semejantes. Porque no lo he visto todo, claro. Y menos mal. Menos mal que aún queda tanto y tanto mundo por ver…

Mis viajes suelen ser austeros y están centrados, exclusivamente, en el trabajo. Por eso no frecuento lugares de ocio ni atracciones turísticas. Que haya acabado con mis huesos en un safari se debe a una serie de carambolas que ni yo misma entiendo, pero que se resumen en algo así cómo: «Para lo que me queda en el convento, me cago dentro». (perdónenme la expresión, pero me hace mucha gracia).


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Me quedan pocos días en Kenia por ese cambio de planes inesperado que me pondrá de vuelta en Madrid mucho antes de lo previsto, sobre la verde-que-te-quiero-verde moqueta de El País. Así que, pienso, me voy a dar unas vacaciones. Y yo siempre quise ver animales en libertad. Y viajar a Kenia y no visitar uno de sus parques tiene delito… Así pues, pastón mediante, me voy de safari.

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Mi todo terreno es igual que este. / Lola Hierro.

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La sabana. Vistas desde el mirador de mi hotel en Tsavo. / Lola Hierro.

El lugar elegido: Tsavo National Park. No ha sido el Masai Mara ni el lago Nakuru ni el Serengeti por una cuestión de incompatibilidades entre distancia y tiempo. Tsavo Park es inmenso, el mayor de todo el país. Tanto, que en dos días que puedo destinar a este pequeño placer inesperado no tengo tiempo para ver más que una parte, la occidental, de solo 14.000 kilómetros cuadrados.

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Mapa de Tsavo, solo la parte occidental. Pequeño, ¿eh?. / Lola Hierro.

Para tal empresa cuento con un coche todo terreno con tejado levadizo que nos permite sacar las cabezas y las cámaras. Solo lo comparto con mi compañera de viajes, Fátima, así que vamos muy anchas. Al volante, Last: conductor, guía, escuchador, resuelve-follones, libro de historia natural y, sobre todo, amigo. Salimos desde Kilifi con un todo incluido para no complicarnos la vida: voy a pasar dos días subida a un coche oteando animalicos y voy a dormir en medio de un parque nacional acunada por el rugir del león y el barritar del elefante. Perfecto.

El Parque Nacional de Tsavo alberga los llamados big four, es decir, cuatro de las cinco grandes especies más representativas de África.  Son leopardos, leones, elefantes y búfalos. El rinoceronte no se encuentra nada más que en el Masai Mara porque está en un gravísimo peligro de extinción. Se calcula que en todo el país solamente quedan seis rinocerontes blancos, y la UNESCO alerta de que el número total de este mamífero se ha reducido un 90% desde 1982, igual que ocurre con los elefantes.

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A los rinos, solo los vemos de metal… / Lola Hierro.

La razón del exterminio es el marfil. Son cazados por furtivos que extraen sus cuernos para venderlos en el mercado negro, algo muy habitual en países como Kenia y Tanzania. De hecho, el tráfico de este material mueve unos 10.000 millones de dólares al año. Last ha visitado Tsavo mil veces y se conoce cada rincón como la palma de su mano. Ama la naturaleza y ama a los animales. Se le ensombrece el rostro cuando cuenta las matanzas que se encuentran aún hoy, pese a los esfuerzos gubernamentales por proteger su fauna. «Hace un año encontramos 12 elefantes asesinados junto a una charca de agua aquí mismo, dentro del parque. Se habían llevado los colmillos de todos», relata, indignado. Porque es indignante que estas tropelías se cometan dentro del recinto protegido del parque nacional. Pero es así. Los rangers o guardianes de los parques no deben tener recursos suficientes para controlar extensiones tan inmensas de terreno y no hay más medios a su alcance. Me viene a la cabeza que Obama prometió donar drones al Gobierno de Tanzania para mejorar la vigilancia de estas especies, pero nada se ha vuelto a saber del asunto.

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Tsavo es inmenso, como todos los parques. Difícil es vigilarlos bien. / Lola Hierro.

Todos estos problemas tan graves y tan difíciles de resolver se pierden en la polvareda que deja el todoterreno por los rojizos caminos de Tsavo. Cae el sol con toda sus fuerzas y el silencio es total. No hay ni un ruido, ni una nube ni más presencia humana que la nuestra. Parece que me hubiera metido en un sueño. O, de nuevo, en la película de El Rey León.

De golpe, un enorme avestruz se deja ver entre los matojos, a lo lejos. Creo que ni siquiera los había visto en el zoo, o al menos yo no recordaba que fuesen bichos tan grandes. Un poco después, hacen acto de presencia los búfalos, en una enorme manada que se refresca junto a un laguito medio seco. Me doy cuenta de la falta que hace la lluvia. Es menester que comience de una buena vez la época húmeda en este país porque los pobres animales apenas tienen agua para remojarse un poco.

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Y de repente… ¡un avestruz!. / Lola Hierro.

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Los búfalos, a lo suyo. / Lola Hierro.

Que se lo digan a los elefantes, si no, que están apretujados al borde de otro estanque del que absorben agua con su trompa para luego echársela por encima. Los elefantes son muy listos: saben que el lodo está fresco y se han rebozado de arriba a abajo. Qué vida más feliz la de estos elefantes. Querría ser uno de ellos y que mi rutina transcurriera entre baños de fango, paseos por la sabana y no sé qué más harán. Es todo perfecto salvo porque puedes morir a manos de un furtivo. O te puede matar un león si eres un elefante bebé.

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Elefantitos remojándose. / Lola Hierro.

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El barro como elemento refrescante. / Lola Hierro.

El coche avanza y, cada vez que uno de nosotros divisa un animal, nos detenemos. Sacamos las cámara con sigilo y hacemos fotos. El silencio es muy importante para no asustar ni importunar a nuestros modelos. Al fin de cuentas, estamos en su casa.

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Cebras buscando agua. / Lola Hierro.

Cuenta Last cómo se organiza la vida en la sabana. El león es el rey y puede cazar a casi cualquier animal que le apetezca comerse, salvo a unas gacelas (no recuerdo el nombre exacto) que son rapidísimas y solo están al alcance del leopardo. Las cebras, pobres, no tienen mucho que hacer ante los depredadores, y las jirafas creo que tampoco, aunque las grandotas sí pueden soltar alguna buena patada. No obstante, como les alcancen el cuello de un mordisco están vendidas.

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Despistadas, medio indefensas… / Lola Hierro.

Los búfalos no son muy rápidos pero son muy bestias y de una buena embestida te pueden tronchar, pero en general no tienen las de ganar. Son, de hecho, el manjar preferido de los leones. Otra cosa es que haya muchos juntos, en plan manada. Esto me recuerda a la escena de la estampida en la que muere Mufasa en El Rey León. ¿Ocurrirán dramas así en Tsavo?

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Los machos van con un montón de hembras. / Lola Hierro.

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Las hembras. / Lola Hierro.

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Un largarto súper bonito. / Lola Hierro.

En la sabana hay animalitos más pequeños, menos espectaculares. Nunca son los favoritos de los turistas así que no se llevan tantas fotos como las vistosas jirafas, cebras, etc. Son las gacelas, por ejemplo, o los zorritos. Me cruzo con uno que tiene el lomo plateado, como si llevara encima una bufanda o una alfombra. Curioso. Hay otro tipo de mamífero que no sé muy bien definir. Es como un ciervo pero muy pequeñito y sin cuernos. Y muy delgado. Como el chihuahua de los ciervos. Cuenta Last que estos siempre van emparejados, ella y él. Cuando uno de los dos muere, ya sea de viejo o de enfermo o devorado, el otro se deprime y se deja morir. Eso es amor.

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Zorro con el lomo de otro color. / Lola Hierro.

Los parientes de Pumbaa, el jabalí amigo de Simba en El Rey León, también circulan por Tsavo, y en abundancia, además. Van en familia y en fila india, correteando con sus cortas patitas de un lado a otro. También encuentro a parientes de Timón, el suricato, pero no van con los pumbas, están a lo suyo. Y las hienas, claro. No me gusta marginar ni estigmatizar, pero creo que es muy difícil que te caigan bien después de ver lo malas que eran con Simba. Y es que son muy feas. Y dan miedo. Me mira una desde el borde de la carretera, la muy descarada. En Etiopía me contaron que atacan a las mujeres. No sé si es cierto o me tomaban el pelo, pero no lo quiero averiguar.

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Un montón de pumbas mirando a cámara. / Lola Hierro.

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Pumbas y un ave de nombre desconocido. / Lola Hierro.

Hay muchísimos elefantes en Tsavo; cualquiera diría que están en peligro de extinción. Pero la cosa no es broma: luego, en el hotel donde dormiré, situado en todo el medio del parque, veré en el tablón de anuncios uno muy significativo: se pide a los clientes que avisen si por casualidad se encuentran durante su visita con una elefanta de características determinadas. Lleva más de un año desaparecida y creen que la han podido matar... ¿Cómo pueden matarlos con lo increíbles que son? Me encanta verlos al borde de las charcas, o paseando lentamente, contoneándose por la sabana, o utilizando las rocas del camino para rascarse la barriga (increíble pero cierto). Mis ojos no dejan de registrar postales de África. Un África que es muy típico-tópico pero no por ello menos bella.

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La jirafa, cruzando por donde le da la gana. / Lola Hierro.

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Y estas dos, ¡tan cerca!. / Lola Hierro.

Llega el atardecer y, con él, otra espectacular puesta de sol de esas que no me canso de ver y fotografiar. Quiero que sea un atardecer naranja, como en mis imaginaciones. Y quiero hacer fotografías a animales a contraluz y que todo sea muy de película, pero la vida no va así. De hecho, no va ni parecido porque tenemos un percance cuando quedan muy pocas horas para la puesta de sol: se nos avería el todo terreno en medio del parque, en medio de la nada. Last, que es un hombre para todo, se pone a hacer llamadas. Podemos circular, pero se escucha un ruido muy desagradable que viene de la rueda delantera derecha. No está pinchada, pero algo se ha soltado o se ha movido.

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El rezagado. / Lola Hierro.

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Y el resto de la manada. / Lola Hierro.

La idea es que venga alguien con otro coche, nos cambiemos con él y sigamos con nuestra ruta mientras ese alguien se va con el vehículo averiado a arreglarlo o a saber dónde. Pero no. No entiendo el suajili de Last (ni el de nadie), y al final nos comunica que tenemos que salir del parque, ir al pueblo más cercano y buscar un taller donde reparen la avería. «¿Y todo esto antes de que se ponga el sol?» pregunto. Last me dice que sí pero ya me voy conociendo los ritmos africanos y no las tengo todas conmigo. No obstante, no hay más opciones así que Hakuna Matata.

Llegamos a Voi, un pequeño pueblito de esos en los que los niños corretean a la salida de colegio y las señoras venden frutas en humildes puestecillos. Vamos, como casi todos los pueblos. Es entonces cuando soy testigo de excepción de eso que había oído hace tiempo, una máxima que se me ha grabado en la mente para siempre: «En África las cosas no están rotas, están esperando a ser reparadas». Y es verdad. Aquí todo se puede arreglar, hasta nuestra avería desconocida. En el taller donde nos reciben, un chico se pone a trabajar afanosamente en nuestro todo terreno y, en menos de media hora, el coche está perfecto. Qué eficacia, por dios.

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Mecánicos de Voi en plena faena. / Lola Hierro.

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Arreglando la rueda. Last, a la izquierda, muy atento. / Lola Hierro.

En esa media hora, meto las narices en la labor de un par de hombretones que manipulan un cacharro que podría ser un motor -o cualquier otra cosa- y cuyos brazos están cubiertos por una grasa negrísima hasta la altura del codo. Ahí arremangados se pasan el rato intentando arreglar el cachivache, y les hace mucha gracia que esta mzungu atienda con tanta curiosidad. Hablamos, nos preguntamos cosas, nos reímos un rato. Luego, Last paga la cuenta de la reparación y nos vamos de vuelta a Tsavo. Aún va a darme tiempo a ver el atardecer.

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Empieza la puesta de sol. / Lola Hierro.

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Se va… / Lola Hierro.

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Los pájaros van a dormir. / Lola Hierro.

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Ya es de noche en Tsavo. / Lola Hierro.

Cómo ir de safari en Kenia

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No soy yo la más indicada para aconsejar sobre este asunto porque lo mío ha sido muy de aquí te pillo, aquí te mato. Pregunté en el hostal de Kilifi donde me alojaba por una empresa de confianza que me sacara de paseo y ellos me la proporcionaron. Hay muchísima literatura sobre este asunto: miles de compañías turísticas, miles de guías, miles de posibilidades… Yo cuento la mía, y si a alguien le gusta la relación calidad-precio, que se ponga en contacto con Last Ngao, que él le informará.

A Fátima y a mí nos salió más cara la historia porque éramos solo dos personas para alquilar el coche entero con el chófer. Si sois más, más se repartirá el precio total y a menos tocará cada uno. Nosotras contratamos lo siguiente:

Día 1:

  • 06.00 Recogida en el hostal de Kilifi  y salida hacia Tsavo.
  • 11.00 Llegada al Parque Nacional de Tsavo. Recorrido en todo terreno
  • 14.00 Registro en el hotel y tiempo para descansar y almorzar
  • 16.00 Recorrido en todoterreno hasta la puesta de sol
  • 20.00 Cena y descanso en el lodge

Día 2:

  • 06.00: Salida en todo terreno por el parque para ver amanecer
  • 07.00: Llegada al lodge para desayunar
  • 08.00: Salid del lodge y recorrido en todo terreno por el parque
  • 11.00: Salida del parque y regreso a Voi, donde cogimos un autobús hacia Nairobi.

Total: 300 euros

*El precio fue por dos días con los servicios de Last, 24 horas en total dentro de Tsavo (los tickets van incluidos, son de 24 en 24 horas) con el alojamiento incluido en el Voi Safari Lodge, un hotel dentro del parque nacional con vistas, habitaciones con todos los servicios, agua caliente, aire acondicionado y pensión completa con bufet libre siempre (bebidas no incluidas). Existía la opción de pagar unos 50 o 100 euros más, no recuerdo, y Last nos llevaba hasta Nairobi, pero no nos salía a cuenta porque el bus de Voi a Nairobi vale 12 euros.

 

Más información sobre este viaje:

4 respuestas a «Crónicas kenianas (VI): Vivir y morir en la sabana»

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