Crónicas kenianas (I): Prefacio

Hola, soy Lola. En teoría, soy una periodista freelance que escribe historias para el diario El País sobre el estado de los Derechos Humanos en el mundo y de los Objetivos de Desarrollo del Milenio marcados por la ONU. Viajo a países que la gente no suele elegir como destinos turísticos y me traigo bajo el brazo reportajes que no siempre son agradables de leer pero que a mí me parecen necesarios. En 2014 recorrí Turquía, India y Etiopía, entre otros, y lo conté todo en este blog. Empiezo 2015 de camino a Kenia. Y luego, a saber. Esta vida suena glamurosa de narices.

Ahora, la verdad: Hola, soy Lola. Mi título y mis reportajes publicados en El País dicen que soy periodista, sí, pero yo me veo un poco pardilla. Recorro países poco cómodos con presupuestos que dan para todavía menos comodidades. Voy sola muchas veces, y me siento sola, y a veces me deprimo, lloro y pataleo cuando estoy por ahí, cuando llego a mi habitación de noche y se me caen las paredes encima porque no tengo con quien hablar. Me meto viajes de 12 horas en autobuses que se desmontan, duermo en pensiones de mala muerte en compañía de chinches, hormiguitas y arañas. Me canso de ir de la ceca a la meca cargada con dos mochilas de cien mil kilos cada una. Me da ansiedad cuando no tengo 3G en el móvil al tiempo que reconozco que soy una condenada adicta a las redes sociales y toda esa parafernalia. Me maldigo a mí misma una y otra vez cada vez que vuelvo a elegir un vuelo o un desplazamiento en autobús para el que tengo que madrugar horrores. Siempre digo que no lo volveré a hacer y aquí estoy ahora mismo, en la T4 de Barajas, a las cinco de la mañana y de empalmada, con más sueño que si fuera tonta. No conozco casi ninguna atracción turística de los países que visito y quedo como una tonta cuando me preguntan por tal o cual sitio. En algunos momentos hasta me planteo que quizá debería llevar una vida más convencional en Madrid y dejarme de tanta aventura por el mundo.

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Pero luego vuelvo a casa y a la redacción, y siento que la moqueta del curro me aburre, que los paseos en metro rodeada de gente con cara de asco me deprimen, que paso demasiadas horas en una puñetera silla apalancada y se me va a poner el culo gordo… Y al final decido que tampoco estoy a gusto porque sigo escuchando cómo el mundo me llama para que descubra sus maravillas. Doy vueltas a mi globo terráqueo rojo y rosa soñando despierta con el siguiente destino que me deparará la vida. Saboreo mentalmente platos típicos de países a los que no sé si volveré. Husmeo guías de viajes y blogs de viajeros que han estado en lugares que yo quiero ver con mis propios ojos. Siento un cosquilleo en el estómago ante la idea de volver a ponerme en marcha.

En uno de estos momentos en los que sentí la llamada de la selva, me saqué un billete a Nairobi con idea de estar dos meses dando vueltas por ese rincón del planeta. Pero yo ni siquiera quería ir a este país. Me lo compré porque esta capital está cerca –relativamente- de Tanzania, el país que realmente quería visitar, y me salía más barato ir en autobús que comprar un billete de avión hasta allá. Esto son las miserias de la vida freelance. Y para allá que me estoy yendo.

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El caso es que hace unos días recibí una noticia inesperada: en mi periódico se me reclamaba de repente para cubrir una excedencia durante tres meses. He aceptado, claro. Prefiero ver elefantes, masai y playas exóticas en Tanzania que mi pantalla del ordenador día sí y día también, prefiero escribir mis propios reportajes que editar los que me llegan de otra gente de por ahí, pero no puedo desaprovechar una oportunidad de ganar un poco de dinero que luego me permita viajar más y mejor, y contar más cosas y de mejor manera.

Así, en unos días todo ha cambiado. Me voy a Kenia, pues no me da tiempo a bajarme a Tanzania, y me voy solo 10 días en los que trataré de traerme bajo el brazo algún reportaje y un puñado de crónicas más personales sobre mis impresiones de este país. Es poco tiempo, es una mierda de tiempo en realidad, pero estoy contenta igualmente. Ahora mismo estoy sobrevolando Sudán y desde la ventanilla del avión veo una puesta de sol de las que solo había conocido en Etiopía. Ese sol africano, esa bola de fuego que tiñe todo el cielo de rojos, naranjas y amarillos chillón me está dando la bienvenida a África otra vez. Vuelvo a sentir la llamada de la selva y a pensar en las historias que me esperan, en los puestos de comida local, en los pueblecitos, en las playas, en el Serengeti , la sabana, los masai… Me estoy entusiasmando y eso es bueno.

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Y esto es todo lo que tengo que decir por hoy. Esta nota no es más que un saludo a los que me seguís cuando voy de viaje y a los que os incorporéis por primera vez. Es un saludo y un aviso de que estoy en marcha de nuevo y que me sentiré muy feliz si me volvéis a acompañar como cada vez que habéis hecho cuando me ha tocado hacer el hatillo y salir de paseo por el mundo. Acabo de llegar a mi hotel de Nairobi, de momento todo el mundo me ha recibido con los brazos abiertos, y me encuentro súper feliz y con ganas de salir zumbando desde mañana mismo. Gracias por estar ahí. ¡Seguimos!

8 respuestas a «Crónicas kenianas (I): Prefacio»

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  6. Espiritu Melado

    Hola!! Me encantan tus cronicas y tu página. África es mi asignatura pendiente, aunque después de haber estado en Paraguay, creo que el sur entero es asignatura pendiente. También me encanta viajar y conozco esa desesperación y ese «pero en qué c*** estaba pensando cuando compré el billete!!». También me encanta viajar y escribir sobre ello en mi blog. Te voy a seguir muy de cerca, casi puedo saborear y oler los lugares que visitas, y eso me encanta!

    Besos y suerte, disfruta mucho!

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