Crónicas etíopes (VII): Ataklti, el huérfano de Aksum

Hoy he vivido uno de los días más bonitos desde que llegué a Etiopía, y eso que por la mañana tenía pinta de que iba a ser un verdadero peñazo. He salido de Addis Abeba en un vuelo a las ocho de la mañana con destino a Axum, una de las ciudades más importantes desde el punto de vista histórico. Está en el norte, muy cerquita de Eritrea; es la capital más antigua del país y la ciudad más sagrada para el cristianismo ortodoxo. Conocer Aksum y todo lo que pasó en ella es fundamental para comprender la historia del reino aksumita y la del país desde la época del nacimiento de Cristo hasta el siglo X.

La mayoría de las fuentes escritas dicen que Axum fue un importante puerto comercial en el siglo I d. C., pero hay estudios que sitúan la fundación de la ciudad unos 200 años antes. En realidad, nadie sabe cuándo nació, pero la cantidad de trabajos arqueológicos que se están llevando a cabo en los alrededores de la ciudad moderna podrán aportar más información en el futuro. En una rápida visita por los alrededores de los restos más importantes, cualquiera se da cuenta de la importancia de este lugar porque hay muchas excavaciones en marcha. Italianos, americanos… todos están aquí desenterrando la historia de Aksum con excelentes resultados, hasta el punto de que ahora mismo se está construyendo un enorme museo que reemplazará al actual, mucho más pequeño. También se está arreglando el asfalto y se están poniendo aceras muy amplias de empedrado. Cuando todas las obras terminen, la zona antigua de la ciudad va a quedar preciosa y será un verdadero placer pasear por allí.

Las estelas de Aksum

Las estelas de Aksum.

Haciendo una nueva carretera

Haciendo una nueva carretera.

Aksum fue importante porque albergó un pueblo culto con un idioma propio, el ge’ez. Los aksumitas fueron buenos comerciantes cuyas ramas llegaron hasta India, Arabia, Persia o Roma, y además fueron muy buenos escultores. Prueba de ello son las estatuas de las tumbas subterráneas y, desde luego, su aportación más famosa: las enormes estelas de granito, hechas de una sola pieza y algunas más grandes que las que hicieron los egipcios. La mayor de todas, que sigue en el campo de estelas al norte de la ciudad, mide 33 metros. Los reyes más importantes fueron Ezana, que gobernó durante el siglo IV y  fue el primero que se convirtió al cristianismo. Es muy fácil darse cuenta de ello cuando se visita el museo de la ciudad, ya que las monedas de los primeros años de reinado de este monarca tienen grabados un sol y una luna y las de los años siguientes ya llevan una cruz. Otro rey muy importante fue Kaleb, que gobernó en el siglo VI durante, dicen, unos 30 años (un récord para la época). En su reinado, Aksum llegó a su momento de mayor prosperidad, no hay más que leer las descripciones del palacio de este Kaleb, que albergaba esculturas de unicornios y un elefante y una jirafa domesticados en sus jardines. A partir de la muerte de este rey, la ciudad fue decayendo por varias razones: la llegada del islam y la usurpación de rutas comerciales por el mar Rojo, revoluciones internas, la riqueza creciente de otras zonas de Etiopía… No obstante, Aksum ha conservado su posición como ciudad más importante del cristianismo ortodoxo, y posee, según dicen por aquí, un objeto buscado y codiciado durante siglos por el hombre: el arca de la alianza.

La estela más alta, de 33 metros

La estela más alta, de 33 metros.

Estela rota

Estela rota.

Con este bagaje cultural tan precario, me adentro yo a conocer Aksum y sus ruinas. Quiero ver el maravilloso campo de estelas, entrar en la catedral pese a no poder ver el Arca, estudiar las monedas y otros restos arqueológicos del museo y trotar por los campos en busca de las tumbas de los reyes Azana y Kaleb. Pero he me encuentro con un problema: estoy muy cansada. Esto es algo que me lleva ocurriendo desde que llegué a Etiopía y lo atribuyo a que estamos a una gran altura sobre el nivel del mar, casi siempre por encima de los 2.500 metros. Me canso a los cinco minutos de emprender una caminata, da igual lo que haya dormido o lo que haya comido. Me siento una ancianita. Con este ánimo llego a las puertas de la catedral, desde donde me dispongo a buscar la taquilla donde venden las entradas para visitar siete lugares de interés histórico por el módico precio de 50 birr o dos euros. Y aquí es cuando conozco a Ataklti, o Ata.

Mi amigo Ata

Mi amigo Ata, futuro ingeniero.

Una estela de una sola pieza

Una estela de una sola pieza.

Ata es un chaval de 18 años que vive en Aksum y estudia en la escuela secundaria. Le queda un año para terminar y quiere ir a la universidad para estudiar ingeniería. Nos cruzamos casualmente. Él va y yo vengo por una calle buscando la dichosa oficina y le pregunto. Él se ofrece a acompañarme y acepto. Llegamos, compro mi entrada, le digo gracias y adiós y me sumerjo en el imponente campo de estelas. Este recinto de un kilómetro cuadrado alberga 75 enormes piedras de granito de varias formas y tamaños, hechas todas de una sola pieza. Las más pequeñas no tienen tanto mérito pero las mayores impresionan de verdad: la mayor, de 33 metros, se cayó cuando la estaban levantando y así ha quedado, tirada sobre el suelo y partida por varios sitios. Sí que sigue en pie la segunda mayor, que domina todo el campo y se ve desde lo lejos: es un monolito de 23 metros erigido en tempos del rey Ezana. Se sabe que fue trasladado por elefantes desde una cantera a unos cuatro kilómetros de distancia, pero no hay explicación sobre cómo se pudo levantar una mole tan grande de una sola pieza. Dicen que fue gracias a la intervención divina del arca de la alianza…

Niños de la calle

Niños de la calle.

Salida del templo

Salida del templo.

Aunque me gusta la historia, reconozco que muchas veces me aburro de ver piedras, sobre todo cuando tengo sueño, estoy cansada o cuando no tengo con quien comentar la jugada, como en esta ocasión. Así que a los 10 minutos de entrar en el campo de estelas ya me aburro como una ostra. Entro en el museo esperando entretenerme un poco más, pero me pasa lo mismo: mis ojos recorren todas las vitrinas de vasijas, monedas, joyería y otros restos del pasado como si nada. Mi cabeza me dice: vete a dormir, vete a dormir… Pero vaya, para un día libre que me he otorgado y con el buen tiempo que hace, me da rabia irme al hotel tan pronto.

Un peregrino

Un peregrino.

En ese dilema me hallo cuando salgo del museo y del campo de estelas. Yo ya no me acordaba de él, pero ahí sigue Ata. Viene a saludarme y me empieza a hablar, no sé muy bien de qué. Yo le escucho a medias, más pendiente de mi propia lucha interior. Pasamos por delante de la catedral donde está el arca, a la que yo ni siquiera puedo entrar dentro porque las mujeres tienen prohibido el acceso, y Ata, que me está haciendo el favor de quitarme de encima a un montón de gente que me quiere vender cosas diciéndoles que soy estudiante y no tengo dinero, me explica que justo dos días atrás se ha celebrado una importante festividad ortodoxa y hasta aquí llegaron cientos de miles de peregrinos. “Todo esto estaba tan lleno de gente que no se podía ni caminar”, me dice.

Mendigos

Mendigos.

Un sacerdote

Un sacerdote ortodoxo.

Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que hay muchísimas personas durmiendo o descansando en los alrededores con un aspecto bastante deplorable. Mendigos, pero también peregrinos, que pasan aquí unos días y luego marchan, me dice el chico. Seguimos caminando y me cuenta que, una vez, unos turistas israelíes intentaron acceder al recinto sagrado del arca y llegaron a escalar y sobrepasar el primer muro, pero se armó un escándalo tremendo y fueron expulsados de muy malas maneras del lugar. Me indica también que las cinco piedras rectangulares que se yerguen frente a las puertas del templo son en realidad cinco mujeres que hicieron la tentativa de entrar, no una, sino hasta tres veces, y dios las castigó convirtiéndolas en piedra. Desde entonces están ahí pero se consideran sagradas. Por eso los niños que estaban saliendo en ese momento del colegio cercano paran en ellas, besan la fría roca, apoyan la frente en ella en señal de respeto y luego siguen su camino.

Las cinco mujeres convertidas en piedra

Las cinco mujeres convertidas en piedra.

Niña reverenciando una piedra sagrada

Niña reverenciando una piedra sagrada.

Con estas historias seguimos caminando y de repente me veo a mí misma hablando animadamente con Ata, que es un chaval estupendo, la verdad. Habla por los codos (más que yo, y ya es decir…). En ese momento me está explicando cómo una vez al año se saca una réplica del arca y se lleva en procesión hasta una especie de pozo enorme pintado con los colores de la bandera de Etiopía. Ata es huérfano de padre desde hace cinco años –fue encontrado muerto en su casa- y de madre desde hace un año. A ella la pudo un cáncer de estómago. Como sus hermanos van a universidades fuera de la ciudad, él vive solo en la casa familiar, cuyo alquiler -200 birr u ocho euros la mes- paga un benefactor que tiene en Addis Abeba. Come y abona el material escolar gracias a la caridad de sus vecinos y compañeros de instituto, y pese a esta situación tan difícil, que no me confiesa hasta muchas horas después de conocerle, él es un chaval alegre y bromista; en ningún momento me imagino que su vida sea así de complicada.

Mujeres inclinándose ante el templo del arca

Mujeres inclinándose ante el templo del arca.

Entrada al templo del arca

Entrada al templo del arca.

Aksum es una ciudad que se ha llenado de turismo, y más que lo va a hacer: toda la carretera principal está llena de hoteles en construcción. Su interés histórico y arqueológico ha atraído en los últimos años a viajeros de todas partes del globo, y es muy interesante escuchar a un chico nacido y criado allí describir cómo distingue la nacionalidad de cada uno de nosotros en función de nuestra manera de actuar o de vestir. La conversación comienza cuando le pregunto cómo había averiguado que soy española. Me responde: “Porque las españolas sois muy guapas, tenéis gafas bonitas y muchas lleváis pendientes y piercings, igual que las israelíes. A veces también lleváis pulseras de plástico antimosquitos”. Me hace mucha gracia. Yo no llevo pulseras de esas pero sí tengo un aro en la nariz y unas gafas de pasta muy modernas y molonas. Lo de la belleza podría ser peloteo, que a fin de cuentas Ata es un post adolescente hormonado a tope, como todos los de su edad. A continuación, va explicándome cómo es cada turista según su país de origen, acompañando estas descripciones de unos gestos divertidísimos. He aquí lo que él ve en cada uno:

  • Españolas: Muy guapas, con gafas de pasta, piercings y pulseras antimosquitos.
  • Españoles: Con pantalones desmontables y un forro polar de color azul (¿Será por una oferta del Decathlon?)
  • Franceses: Muy bajitos, tirando a gordos y se cansan en seguida de caminar.
  • Italianos: Muy viejos y hablan con voz ronca. “¡No me interessssa!” dice para imitarles.
  • Alemanes: Muy viejos también, con gafas de color blanco y el pelo aplastado y casi blanco.
  • Ingleses: Con tatuajes, pantalones cortos y sandalias con calcetines.
  • Rusos y rusas: Ellos con pantalones militares y ellas con tacones, gafas de sol enormes, muy maquilladas y vestidas como si fueran de boda.
  • Estadounidenses: Muy grandes y muy fuertes, con gafas de sol y camisas arremangadas de cuadros casi siempre.
  • Israelíes: Ellos, con sandalias y fulares que envuelven su cuello. Ellas, muy guapas y casi siempre viajan solas, como las españolas y las italianas.
  • Coreanos: Llevan siempre una guía turística debajo de la axila y la aprietan como si fuera su bien más preciado.
  • Ciudadanos de Hong Kong (¿hongkoneses?): Si son varios, nunca van uno al lado de otro, sino en fila india.
  • Chinos: Preguntan todo mil veces.
  • Japoneses: Al contrario de los chinos, no saludan nunca ni hablan con nadie, van muy deprisa visitando todo.

Tras escuchar todo esto, me parto de risa, claro. Y además esto da pie a otro tema de conversación: la aversión de Ata por los chinos. Es muy interesante observar cómo algunos estereotipos y prejuicios que estoy acostumbrada a escuchar en España se repiten también entre los etíopes.

Etiopía está lleno de chinos que han venido a hacer negocio en el país. Están comprando extensas áreas rurales para plantar caña de azúcar o soja y también son los responsables del desarrollo en infraestructuras del país. Suyas son muchas carreteras, edificios, puentes y obras de saneamiento o iluminación de ciudades. El made in China se encuentra en casi todos los productos de los mercados, desde un cubo de plástico hasta una batidora.

Calles de Aksum

Calles de Aksum.

Ata es vegetariano desde que con 10 años vio cómo sacrificaban a un caballo una vez que fue a un restaurante con su padre. Así que lo primero que no soporta de los chinos que hay en Etiopía es que se comen “cualquier animal”. Me cuenta Ata que, en una ocasión, un albañil chino que estaba conduciendo un vehículo junto a una obra atropelló a un hombre etíope que quedó muy malherido. El conductor, en vez de socorrerle, desmontó a toda velocidad y se refugió entre sus compañeros. “La policía no dio con el culpable porque cuando se acercó al grupo de chinos, no pudo distinguirlo. ¡Todos vestían el mono de obra y todos son iguales!” me cuenta indignadísimo. Ata asegura que los chinos aprenden tigriña (el idioma de esta región) y luego se pelean con los etíopes en su propio idioma, cosa que le fastidia. Dice que son racistas y tratan a los negros como inferiores. Añade que no son muy apreciados y que por eso rieron con gana el día que uno grupo de chinos se comió una hiena y les sentó tan mal que hubieron de ir al hospital. “¿Quién se come una hiena?” me pregunta exaltadísimo.

Sigue Ata con las historias de chinos y recuerda que un día uno le ofreció dinero por su perra. Él sabía que era para comérsela, y le dijo en broma que un millón de birr. “Pero era mentira, no pensaba vendérsela por ninguna cantidad, solo le estaba vacilando”, me dice. El caballero oriental se enojó mucho y le dijo que por esa cantidad podía comprarse tres millones de perros. Cuando la perra de Ata murió, este la enterró en secreto para que los chinos no pudieran encontrarla y comérsela.

Los jóvenes, en la piscina de la reina de Saba

Los jóvenes, en la piscina de la reina de Saba.

Yo no sé cuánto habrá de verdad en sus historias y cuánto de leyenda urbana, pero me echo unas buenas carcajadas. Entre tanto, Ata me va llevando de acá para allá por toda la campiña aksumita, y visito casi sin darme cuenta todas esas ruinas que hace un rato no tenía ganas de ver. De las estelas a la piscina de la reina de Saba, de allí a la piedra roseta etíope, que es un pedrusco enorme escondido en una choza donde se grabó en tres idiomas (griego, ge’ez y amárico) un agradecimiento a dios por su ayuda en la conquista de Yemen en tiempos del rey Ezana. La descubrió un granjero en 1980 y da una idea de lo que aún puede encontrarse bajo el suelo de esta región.

El guardián de la piedra

El guardián de la piedra.

Paisajes del Tigray

Paisajes del Tigray.

Una vez visitado el pedrusco subimos por un camino pedregoso, rodeados de burros y vacas, hasta las tumbas del rey Kaleb y su hijo Gebre Meskel. No son muy espectaculares porque fueron saqueadas y solo quedan los sarcófagos de piedra. Lo mejor de este lugar son las vistas: están situadas en lo alto de una colina, a unos dos kilómetros de la ciudad, y desde allá arriba se ve hasta Eritrea. De hecho hay una leyenda que dice que existe un túnel secreto que lleva desde las tumbas hasta este país vecino. Observando el plácido paisaje montañoso y árido, con las ovejas pastando en el campo, resulta difícil creer que hasta hace unos años se estuvieran matando unos y otros en la guerra que llevó a la independencia de ese pequeño país que le arrebató la salida al mar a la gran Abisinia. ¿Y tú quieres que Eritrea vuelva a ser de Etiopía? Le pregunto a Ata. “Yo quiero que seamos todos amigos, me da igual la manera, pero mi Gobierno de ahora no está por la labor. Si esto está tranquilo es porque la ONU está en la frontera vigilando”, me contesta. Aunque no es verdad, la frontera con este país está cerrada y soldados de ambos ejércitos vigilan con una separación de 25 kilómetros que es tierra de nadie para que no se armen nuevas escaramuzas, pero los cascos azules se fueron hace un par de años.

Pequeños campesinos

Pequeños campesinos.

A lo lejos, Eritrea

A lo lejos, Eritrea.

Bajamos del monte, yo ya cansada, sedienta y con la cara quemada por el sol. Ata, tan tranquilo, como un cabra montesa. Se nota que está acostumbrado a este terreno agreste y maltratado por el sol. De ahí seguimos hacia mi hotel, porque ya es hora de comer, pero antes nos detenemos en la tiendita de unas señoras que hacen cestitos de caña y de hilos de colores, preciosos todos. Me sale la vena consumista pero me contengo porque no doy con la manera de poder llevarme un cesto de medio metro hasta casa sin morir en el intento. Tras un descanso, una conversación en inglés-tigriña con las comadres y un trago de agua continuamos hacia el centro de la ciudad, donde se encuentra mi hotel, el África, bastante recomendable porque disponen de un agradable patio interior con árboles que dan sombra y muchas flores. Por el camino paramos en la tumba del rey Baltasar, el rey mago, según asegura el señor que me corta la entrada. En realidad es la del rey Basen, y bien podría ser el que visitó a Jesús en el portal de Belén porque gobernó la ciudad en la época del nacimiento de Cristo. Aquí hay varios sepulcros, y me cuenta el guía que en uno fue enterrado el monarca con su esposa y, en el resto, sus hijos.

La tumba del rey Baltasar

La tumba del rey Baltasar.

El guía

El guía. Se quejó porque no le pareció suficiente la propina que le di.

Proseguimos el camino y me doy cuenta de que Aksum es una ciudad muy agradable. Las calles están empedradas, veo a varias personas paseando en bici, los niños que salen del colegio con sus mochilas y uniformes arman su característica algarabía y la gente disfruta de las buenas temperaturas tomando refrescos en las terrazas de los hoteles y restaurantes. Hay árboles con flores de colores que yo no he visto antes y el tráfico es escaso. Me gusta este lugar.

Paseos en bici

Paseos en bici por Aksum.

Llegamos al África e invito a mi amigo a comer tras insistirle mucho. Cada vez estoy más en desacuerdo con quien dice que hay que huir de la gente que se te acerca a hablarte porque solo quieren el dinero del turista. A mi Ata no me deja ni ofrecerle agua. Tengo que regañarle para que beba algo después de un día entero recorriendo el campo bajo el sol. Tras un rato de charla sobre mil y una cosas mientras comemos injera con varias salsas y vegetales, se nos hace de noche y me toca despedirme de él, porque al día siguiente parto a las seis de la mañana a Adigrat, donde me tocará trabajar unos días.

Me da pena despedirme de Ata, pero intercambiamos Facebook y números de teléfono para seguir comunicados. Si alguien pasar por Axum y quiere un colega que le cuente cosas que no vienen en las guías y le haga reír como un loco, que me pida su contacto, aunque yo espero que nadie lo encuentre porque se haya marchado para estudiar ingeniería en alguna universidad.

¿Está el arca de la alianza en Etiopía?

En la catedral de Maryam Zion o Santa María de Sión, situada al noroeste de la ciudad, se encuentra, dicen, el arca de la alianza. Está guardada bajo llave y solo la puede ver una persona: el guardián del templo. Su presencia es bastante inverosímil, pero los etíopes creen firmemente que el objeto sagrado se encuentra aquí. Para quienes no sepan qué es, el Antiguo Testamento dice que el arca de la alianza es un baúl construido por Moisés para guardar las tablas de la ley -en las que Dios escribió los diez mandamientos- siguiendo instrucciones de éste. ¿Y cómo llegó hasta Aksum? La historia cuenta que el arca fue guardada por el rey Salomón en Jerusalén, en un templo que construyó expresamente para esto en el siglo X. Allí estuvo hasta que fue destruido en el 587 a.C. por los babilonios. Desde entonces se considera que el arca está en paradero desconocido.

Lo que los etíopes sostienen es que el arca fue trasladada a Aksum antes de que el templo del rey Salomón fuera saqueado. Según la tradición oral, Etiopía fue fundada por Etiópico, un tataranieto de Noé. Su hijo Axumai fundó la capital de Axum y su estirpe gobernó durante entre 52 y 97 generaciones (no sé por qué varía tanto el número). La última fue la de Makeda en los siglos XI y X antes de Cristo, que era una poderosísima monarca, también conocida como la reina de Saba. Se dice que esta fue a visitar al rey Salomón a Jerusalén cargada de regalos. Se hicieron muy amigos y el resultado fue que la reina se convirtió al cristianismo y además volvió a casa embarazada de su hijo Ibn Al Malik (hijo del rey), que luego cambió el nombre a Menelik. Este, a los 22 años, decidió ir a visitar a su padre, que le recibió con gran satisfacción y alegría. A su regreso, Salomón ordenó que le acompañara un gran número de esbirros. Uno de ellos soñó que Menelik debía robar el Arca de la Alianza pero cuando se lo contó, este se enfadó mucho. No obstante, después lo soñó él también, así que volvió a Jerusalén y la sustrajo para llevársela a Axum. Cuando el rey Salomón descubrió el hurto enfureció y decidió mandar a un ejército en busca de su hijo ladrón, pero luego él también soñó que era voluntad de Dios y decidió mantener en secreto la desaparición. Desde entonces, el arca de la alianza y las tablas de la ley están guardadas a cal y canto en la catedral de Axum. La mayoría de los etíopes aceptan esta versión como verdadera, pero los historiadores nunca se la han tomado muy en serio.

 

5 respuestas a «Crónicas etíopes (VII): Ataklti, el huérfano de Aksum»

  1. Jesús Alfonso Gallego Moreno

    Querida Lola. En esto me das envidia. Me quedó Aksum por visitar en mi estancia en Etiopía. Bien es verdad que sólo estuve en Addis y en Gambo. No puedo decir que fui de turismo. Mi objetivo era otro muy distinto. Pero después de haber estado dónde dicen que esta el «santo grial» (la catedral de Valencia), dónde estuvo la clavada la cruz de Jesús (la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalem), me quedaba el «arca de la alianza» cuyo lugar «supuestamente histórico» tal como cuentas en tu post era Aksum, en Etiopía. Al menos estuve en el país. Y de forma totalmente fortuita, pues mi objetivo era otro muy distinto.
    Felicitarte por encontrar a gente como Ataklti. Y compartir tu deseo que haya podido cumplir su sueño de estudiar ingeniería. Según cuentas, parecía lo suficientemente avispado e inteligente como para salir airoso de los estudios y poder llegar a ser aquello que quiere y que se merece.
    Un detalle. La historia que cuentas de Menelik y el Arca de la Alianza está bien, pero prefiero la leyenda. Según ésta, Menelik marcha a conocer a su padre Salomón con su mayoría de edad, y tras estar en Jerusalem un tiempo, decide volver a Saba. Pero, y ahí me falla la memoria, no sé porque motivo, roba el Arca de la Alianza. Se escapa con su séquito. El ejército de Salomón lo persigue, y cuando en las arenas del desierto están a punto de atraparlo, sucede un milagro. El Arca de la Alianza hace que todo el séquito de Menelik junto con el mismo Arca se eleven en el cielo de la noche y vuelen hacia el sur, recorriendo en una sola noche el trayecto que existe entre el desierto del Sinai y la región de Saba. Y de esa manera explica el «Libro de los Reyes» de Etiopía la llegada del Arca a Aksum.
    Como puedes ver, mucho más mítico. Te la ofrezco como aportación.
    Y siempre disfrutando de tus posts.
    Un abrazo.

    Responder
  2. Pingback: Crónicas etíopes (IX): Los más negros son los gumuz | Reportera nómada

  3. Pingback: ¿Cuánto cuesta viajar por Etiopía? | Reportera nómada

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.