Crónicas etíopes (VI): Las hadas madrinas de Nekemte

Creo que ya son cinco los días que llevo en Getema. Viajé hacia el pasado y aquí me he quedado: observo la vida a mi alrededor y diría que estoy en el siglo XIX. Contra todo pronóstico, no me disgusta. El día a día es más complicado que en el mundo del que vengo y todo cuesta el doble. Cuando llega la cobertura o la luz es una fiesta, pero aquí he encontrado mucha paz. Al mismo tiempo, también sufrimiento. Como cada día desde que he llegado a Etiopía, me impregno de lo peor y de lo mejor del ser humano, de la vida, de este mundo que hemos creado. Y mis ganas de llorar y de reír van a la par.

Escribo estas líneas sentada en el escritorio del despacho de Sister Nives, una misionera que lleva 30 años aquí, en el vicariado de Nekemte, hacia el oeste del país. Escribo mientras ella atiende a sus pacientes: gente sencilla, pobre, que acude a este humilde centro de salud en medio del campo arrastrando todo tipo de enfermedades. Según estoy pulsando las teclas, ella entra rauda por la puerta y, mientras coge unas llaves, me informa de que la niñita que hace un rato he visto ahí fuera está vomitando sangre y se la llevan corriendo a un hospital más grande.

He visto a esa niña esta mañana. Tendrá siete años, no más, y el pelo lleno de trencitas, como todas aquí. Su ropa es humilde y está sucia, manchada de una tierra rojiza característica de esta región que todo lo impregna en cuanto sopla un poco de viento. Al menos tiene unos zapatos de plástico, algo que por aquí es un auténtico privilegio. Tiene muy mala cara. Puede ser una obstrucción intestinal, me ha dicho sister Nives, o cualquier otra cosa. Aquí, como en el hospital que visité en lo profundo del bosque, diagnosticar no siempre es fácil.

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Sala de espera del centro de salud de sister Nives, a reventar.

Sister Nives es una de las cinco misioneras que forman la comunidad comboniana de Getema, un pueblo a 20 minutos en coche de Nekempte al que se llega por una de las pocas carreteras asfaltadas de por aquí. Ella y sus hermanas me han acogido tan bien que, por primera vez, siento que he encontrado un hogar. He entendido el significado de estar como en casa. Me recuerdan a las tres hadas madrinas del cuento La Bella Durmiente, solo que son cuatro (la quinta, Teresina, está de viaje). De hecho, he estado a punto de quedarme el tiempo que me queda en este país para ayudar con algunas cosas que hacen falta, pero luego he reflexionado y me he dado cuenta de que tengo que marcharme. Durante este viaje, mi trabajo es otro y tengo que completarlo antes de volver a casa. No obstante, si tuviera que regresar a algún lugar de Etiopía, sería este el elegido, sin ninguna duda. No es solo por la calidad de las personas; hay que sumarle que aquí he encontrado algunos de los paisajes más impresionantemente bellos que he visto en mi vida.

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Por caminos perdidos.

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Puesta de sol africana desde la misión de las sisters.

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Y esta, una puesta de sol sin sol pero muy linda.

Sister Nives, sister Lidia, sister Giovanna y sister Maru me recuerdan también a las personas que conocí en el hospital del bosque, pero con la diferencia de que las primeras se quedan solo unos meses y ellas han consagrado su vida a ayudar. Y vaya si lo hacen. Las cinco son misioneras todo terreno. Menos sister Maru, mexicana de cuarenta y pocos, todas son septuagenarias, pero todas tienen muchas más energías que yo. Cada una acarrea una responsabilidad distinta: Nives se encarga de este pequeño centro de salud donde me encuentro ahora. No es un hospital, pero hasta operaciones han hecho aquí. Es sister Nives una jefa muy estricta: no se amilana si tiene que pegar cuatro gritos a sus subordinados, un grupo de jovencitos muy voluntariosos pero terriblemente despistados. Nives pone orden y evita que esto sea un circo, y al mismo tiempo atiende casos de malarias, tuberculosis, partos complicados… Pueden llamarla a las horas más intempestivas; ella agarra la ambulancia y se va a buscar a quien lo necesite. Ayer ingresaron un chico y una chica como de mi edad, ambos en coma por una malaria gravísima. Hoy empiezan a hablar, a comer y no tienen fiebre. Dentro de dos días, irá sister Nives sola con ocho niños con diferentes problemas hasta un hospital más grande, a muchos kilómetros de aquí, donde serán operados. Una de las pequeás, que tiene un sarcoma, va para que le amputen una pierna. Gracias a esto alargará su vida dos o tres años, pero no le dan mucho más. Sister Nives tiene una entereza para enfrentarse a estas situaciones que solo se entiende al pensar en todos los años que lleva dedicada a esta gente. Así, fuera del trabajo es una mujer tremendamente divertida con un gran sentido del humor y una risa muy contagiosa.

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Sister Nives en acción.

Luego está sister Giovanna, siciliana dura; tanto que ayer se sentó a trabajar pese a que está enferma de malaria. «Pero sister, por qué no descansa?» le pregunté. «Porque esta gente tiene que cobrar sus salarios y eso no puede esperar», me respondió. Y allí se puso, con una empleada etíope, a hacer cuentas durante toda la tarde calculadora en mano. Ella se hace cargo de un colegio de educación infantil cercano a la misión, pero no la he visto en marcha por culpa de su enfermedad, claro.

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El cole de sister Giovanna.

Sin duda, cualquiera que pase por esta misión cogerá a sister Lidia cariño desde el primer minuto. Es etíope, de Adigrat, en la frontera con Eritrea, y allí pasó muchos años atendiendo huérfanos, sobre todo en los duros años de la guerra entre los dos países. Ahora no sé cuántos años tendrá, se la ve muy viejecita y no le quedan casi dientes, pero es más activa que cualquier otra e incluso que yo, aunque casi me triplica la edad. Según llegué a Getema, a eso de las nueve de la noche, ahí estaba sister Lidia, con su toca blanca (es la única que la lleva) esperándonos en la puerta. Me agarró la mochila y me llevó corriendo a mi dormitorio, que por cierto es el mejor que he tenido desde que llegué a Etiopía. Incluida la ducha, maravillosa. Sister Lidia es responsable de la administración de la casa y sobre todo de la cocina, del huerto, de la despensa… En sus manos está que nadie pase hambre en su mesa, y vaya si lo consigue. No para quieta ni un minuto, siempre vigila que todo el mundo tenga de todo y, si cree que te falta una cucharilla o un poco de azúcar, o si observa que la botella de agua está vaciándose, salta como un muelle aunque estemos en medio de un almuerzo para traer o llevarse o arreglar lo que sea. Lidia no habla inglés, sino italiano, así que me habla en ese idioma y yo casi no la entiendo, pero lo fundamental sí: me da las buenas noches, los buenos días, me manda bendiciones y pregunta a menudo por mi madre, ya que cree que debe estar muy preocupada por mí. Todas las mujeres de este misión son extraordinarias, pero sister Lidia tiene algo especial que hace que la quieras desde el primer momento en que la conoces.

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Sister Maru con algunos miembros de la comunidad gumush.

Y me he dejado para el final a sister Maru, la más joven de todas. Mexicana multitarea y trabajadora incombustible, conduce el pick up por los peores caminos de Etiopía mejor que cualquier hombre. Ella, “con la ayuda de dios” según dice, está llevando a cabo un proyecto mastodóntico en esta región que a mí me ha dejado boquiabierta. Se encarga de los talleres de igualdad de género, y muchos dirán: “Qué etéreo y qué poco necesario, ¿no? Mejor que se dedique a alimentar niños o a curar enfermedades”. Pues no. Lo que Maru está llevando a cabo es una verdadera gesta, la más difícil de todas: cambiar mentalidades.

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Un grupo de mujeres reunido debajo de un árbol, lugar tradicionalmente reservado para los hombres.

En seis años, unas 4.000 mujeres, muchas con sus parejas, han pasado por los talleres de esta misionera, que se están haciendo gracias al apoyo de Manos Unidas. Y hoy son otras personas. Me encuentro en un país donde la media de edad para casarse son aún 16 años y, aunque el Gobierno hace intentos para mejorar la condición de la mujer prohibiendo la ablación o los matrimonios con menores, en las zonas rurales nosotras seguimos sin valer nada. Aquí una mujer es un objeto que sirve para ser vendido a un marido si eres el padre, o una chacha para que te limpie la casa, te traiga agua y leña y te dé descendencia si eres el esposo. Punto.

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Una de las mujeres del taller de bordado de sister Maru, teje en medio del campo de la misión.

Maru ha dado a estas mujeres algo que no se puede pagar: autoestima. Y luego les ha dado educación e independencia económica. A lo largo de los años, ha formado a lo que ella llama ToT, entrenadores instruídos en lengua, matemáticas, inglés, economía doméstica, agricultura…  Pero, sobre todo, les enseñó que los hombres y las mujeres tenemos los mismos derechos. Esos primeros formadores fueron a sus aldeas y comunidades y educaron a otras mujeres y hombres. Este mismo programa impulsa un plan de ahorro con el fin de que ellas tengan ingresos propios y no dependan de un marido. Cuando pasan un año estudiando y han hecho una caja de ahorros, se les concede un microcrédito de 50 euros para que durante el año siguiente hagan engordar ese negocio. Es alucinante ver a las mujeres que ya han pasado por estos talleres, lo importantes que se sienten cuando firman un documento en vez de poner su huella dactilar impregnada en tinta. Estos son momentos en los que una se emociona y se le escapa una lágrima.

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Comité de mujeres gumush a cargo de la formación de otras mujeres de su comunidad.

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La importancia de firmar.

Pese a todo, hay días en los que cuesta levantar el ánimo, la verdad. No es que se vean tragedias muy grandilocuentes por aquí; más bien es que el día a día que lleva mucha gente te tira el alma a los pies. Podría ponerme a contar ejemplos y ejemplos que he vivido estos últimos días pero no voy a hacerlo porque no quiero seguir quejándome. Me obligo a pensar que, pese a todas las dificultades, hay esperanza. Pero a ratos es tan difícil creérselo…

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Campesinos majos que saludan cuando les haces una foto.

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Vida en el campo.

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Amanecer en Getema.

El vicariado de Nekemte ocupa un territorio muy extenso y predominantemente rural. La vida de los campesinos y granjeros es sencilla y, por lo general muy dura. Sobre todo si eres una mujer. Me desgarra verlas cargando a diario pesados bidones de agua y fardos de leña. Hace unos días visité el mercado de Getema, que es el pueblito más cercano a la casita donde me he alojado estos días. Allí conocí a una señora menuda y arrugadísima. Le eché 90 años por lo menos, pero me dijeron que no tendría más de 50. Esta señora acababa de llegar de su pueblo cargada con tres platos de barro del tamaño de una rueda de coche. Los había llevado a la espalda durante cuatro horas caminando descalza. Sus pies sufrían ya una elefantiasis que se le veía la piel como si fuera la corteza de un árbol. Yo intenté levantar la mercancía y no pude separarla ni un milímetro del suelo. Y ella aún me sonreía para la foto.

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Esta mujer cargó durante horas un peso que le triplicaba el suyo.

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Mujeres venden en el mercado jarritas hechas por ellas mismas.

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La pesada carga del agua.

Como ella, todos los días veo a cientos de mujeres y de niñas por los caminos de Nekemte. Son unos parajes preciosos, de suelos rojizos, suaves lomas y verdes campos de cultivos que se pierden en el horizonte. Hay clases de árboles que no había visto antes y casitas de adobe o de palos de madera diseminadas aquí y allá. Las que están cerca de la carretera que va hacia Sudán, que es la principal, se ven un poco más modernas (con esto me refiero a que a lo mejor tienen unos cubos de plástico un tejado de chapa). Las que están en zonas más remotas no tienen absolutamente nada.

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Recibimiento de niños gumush.

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Niñas gumush.

Esto es precisamente lo que me encontré otra mañana que fui a visitar a una comunidad de la etnia gumush, una de las más aisladas del país. Fueron más de dos horas por una pista de tierra que en época de lluvias queda impracticable y deja aislados todos estos pueblitos alejados de la vía principal. Durante ese tiempo no vi nada más que praderas, árboles y vacas. Ni rastro de la civilización humana. Cuando llegamos a nuestro destino nos recibió un grupo de niños que nos miraba como si no hubieran visto un blanco en su vida. Para muchos seguro que es así. Constaté que este sitio es el más aislado de todo el mundo cuando señalé a unos críos que vestían unas camisetas del Barça y del Real Madrid. Ninguno tenía ni idea de que esos eran equipos de fútbol. ¿Messi? ¿Ronaldo? pregunté. Nada, como si les estuviera hablando un extraterrestre.

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Niños gumush del pueblo.

Tengo historias para escribir un libro, la verdad. Algunas las contaré en los reportajes que estoy preparando para Planeta Futuro. Otras, quizá las vaya desgranando en este blog. Las más, se quedarán para mí. Me gustaría decir que volveré a este lugar con total seguridad pero no me atrevo porque siempre me pasa que conozco sitios y personas increíbles y me prometo regresar y luego tardo mucho en cumplir ese compromiso, o no lo hago. Lo que sí sé es que las mujeres de esta región estarán bien cuidadas mientras haya gente como Maru luchando por sus derechos. Eso me tranquiliza.

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Mi pequeña familia de Getema. De izquierda a derecha: sister Maru, Nives, Giovanna y Lidia. Junto a mí, Giuseppe y Dario, dos voluntarios italianos jubilados que pasan un par de meses al año aquí arreglando las ñapas del hogar. Majísimos.

6 respuestas a «Crónicas etíopes (VI): Las hadas madrinas de Nekemte»

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  4. Jesús Alfonso Gallego Moreno

    Bueno, al poco de leer que caíste en Getema, en un Centro de Salud de los Combonianos me volvió a dar otro vuelco el corazón. Es una institución que conozco, gracias a sus publicaciones, Aguiluchos y Mundo Negro, desde pequeño, y son los que me ayudaron a estar el mes que estuve en Etiopía. De hecho, en una reunión en Addis Abeba a la que asistí con Francisco conocí a unas misioneras combonianas que trabajaban en la zona «rural y seca» de Etiopía, según me dijo Francisco al sur, no logró recordar ahora, fue hace once años. Pero he leído tu entrada con mucho cariño.
    Y me parece muy bien que expliques a toda la gente que lea tu post la extraordinaria labor de la sister Maru con los talleres que realiza con la mujer. Aunque desde aquí, desde el «primer» mundo parezca falso, eso permite mucho más avance que el dar de comer a la población. Es algo muy importante para que puedan salir no sólo adelante, sino para que puedan vivir dignamente.
    Bueno, como ves, también estoy sensibilizado en todo ello. Te sigo retweeteando y facebookeando a ver si te hago llegar a toda la gente que pueda, que merece mucho la pena todo lo que escribes.
    Un abrazo.

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Muchas gracias una vez más, Jesús, disfruto mucho leyendo los comentarios que me dejas, me devuelves a Etiopía por un momento. A ver si entre todos le logramos un poco de ayuda a sister Maru y sus mujeres, que les vendría fenomenal jeje 🙂

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