Crónicas etíopes (I): Del miedo al amor

He estado retrasando este momento desde hace semanas, y no sé por qué, la verdad. Podía haber escrito algo cuando compré los billetes de avión, hace más de un mes, o todas las veces en las que he estado haciendo preparativos para este viaje. Podría haber sido la noche antes de mi salida, para despedirme; o ayer, subida en uno de los dos aviones que me han traído a esta ciudad… O incluso anoche, cuando por fin me instalé en mi habitación a las tantas de la madrugada (de la de aquí). Pero no he hecho nada de eso… No he tenido ganas hasta ahora y, en realidad, sigo sin encontrarlas, pero me he prometido mantener este blog actualizado porque seguro que, si no lo hago, me arrepentiré. Y porque sé que hay algunos locos y locas que quieren saber de mí y esperan esta entrada y las siguientes. A todos esos os digo que no puedo estar más agradecida porque sois el vínculo que me une a mi vida y a mi mundo. Cuando me encuentro sola y tristona, pienso en todos los que me estáis apoyando y animando y me siento mucho más arropada. Debe ser que ando en una etapa tonta o moñas, porque la verdad es que esta vez ha sido la que más me ha costado decir hasta luego a mis seres queridos.

Y bueno, ¿Dónde estoy y qué hago? Estoy en Addis Abeba, capital de Etiopía, en África oriental. Como mucha gente no controla este continente, aclaro que es un país tranquilo, que está muy -pero muy- lejos de los que están sufriendo la epidemia de ébola y que es civilizado y  pacífico. No guerras, no conflictos, no desastres naturales, no hambrunas… Este último es uno de los estereotipos sobre el que antes o después profundizaré en este blog: Etiopía fue famoso por los terribles episodios de los años 80 y 90. Todos vimos niños y niñas esqueléticos y con la carita llena de moscas que morían de inanición pura en las campañas del Domund del colegio. Pero Etiopía no es eso ni mucho menos. Y ya me explayaré cuando toque.

Comida de avión

Comida de avión

Puesta de sol

Puesta de sol sobre Arabia Saudí

He venido un mes para hacer mis labores, es decir: reportajes. Etiopía para mí es un terreno muy atractivo porque aquí se están haciendo muchísimas cosas para contribuir al desarrollo del país, a la eliminación del hambre, de la pobreza extrema, para luchar contra la desnutrición, las enfermedades más terribles o para mejorar la educación de los niños y las mujeres. Todos estos son temas que me interesan mucho y espero poder contar grandes historias durante las próximas semanas. No daré muchos detalles porque quiero que las leáis cuando sean publicadas. Por otra parte, Etiopía me da un poco de miedo. Me lo ha dado desde el día en que decidí que me venía aquí. Siempre he pensado que África es territorio para viajeros expertos, y yo no me considero tal. Y, por una carambola del destino, o del guionista, como dice alguien a quien aprecio mucho, me he visto aquí de golpe: con la mochila a la espalda y la cámara a cuestas. Además, estoy sola, más sola que la una. Mujer, sola, blanca en África. Más de uno y de dos me han advertido de todos los peligros que debo esquivar, de todo lo que podría pasarme… Y me he llegado a asustar un poco. Pero otras personas que conocen este continente muy bien me han tranquilizado y me han animado muchísimo. Nunca olvidaré la frase: «En África lo único que pasa es que la gente viste de colores y no toma ansiolíticos». Se ha convertido en mi mantra personal para este viaje.

Control de ébola

Control de ébola en el aeropuerto de Addis Abeba.

Fotos al avión

Unas mujeres hacen fotos al avión en el que llegamos a Addis.

Llevo menos de 24 horas en esta ciudad y ya me gusta. Nada más llegar me deprimió un poco, he de confesar. Eran las 12 de la noche, todo estaba oscuro, el barrio de mi hostal daba miedo, parecía un lugar abandonado y peligroso… Y en el lugar que había reservado no me sentí muy cómoda. Se llama Taitu, está en Piazza, una zona céntrica y mochilera de Addis Abeba, y me lo habían recomendado muchísimo porque está en el edificio más antiguo de la ciudad y se come muy bien. En honor a la verdad, es precioso por dentro, sobre todo su escalinata que lleva a los dormitorios y el comedor.. Todo de madera brillante, muy bien decorado…  Pero el Taitu tiene dos inconvenientes muy grandes: uno es que el wifi no es gratis y además no funciona casi nada; el segundo es que, en general, todas las instalaciones están muy sucias y viejas. Primero me dieron habitación en un edificio anexo de cemento, muy dejado de la mano de dios. Me tocó una planta baja con ventana al exterior, sin persiana ni barrotes, que olía como si no la hubieran abierto en 20 años. Todo estaba en muy mal estado y me pareció poco segura. Cambié por otra, más cara, en el piso superior del edificio principal, algo mejor pero aún así muy desangelada. Anoche me dormí hecha un ovillo en la cama sintiéndome el gusano más insignificante de la tierra.

Pensativos

Chicos pensativos en el bar del Wutma Hotel

Hoy, sin embargo, me he puesto las pilas y ahora he de confesar que me encuentro un 200% mejor. Y, en gran parte, gracias a los etíopes, que son unas personas muy amables y hospitalarias. Me he cambiado de hostal a otro que se llama Wutma, en el mismo barrio, donde ya sí que me encuentro como en casa. Creo que es importante que un viajero se aloje en sitios en los que se sienta así, porque si no se te viene un poco el mundo encima. El Wutma es pequeñito, como sus habitaciones, pero estas están limpias y entra una luz que las hace muy alegres. Tengo mi propio baño, wifi gratis que me llega hasta la misma cama (ya he probado el skype y va de maravilla) y el comedor es muy animado y tiene recetas ricas. Acabo de zamparme por cuatro euros un zumo de naranja natural gigantesco y un plato de comida típica de Etiopía, que no sé ni cómo describir. Por la presentación me recuerda a los thali indios, repletos de muchas cositas para ir probando todas con las manos. Lo que más tiene es injera, una especie de crepe hecha con un cereal llamado teff y de textura esponjosa. Se utiliza para coger la comida ayudándote solo de las manos. Me he puesto hasta arriba. Y,  a todo esto, este hotel cuesta la mitad que el primero al que fui. Así que ya he decidido que este será mi cuartel general en Addis de ahora en adelante.

Almuerzo

Este es el plato típico de Etiopía. No me lo acabé ni de lejos…

Lo único que he hecho hoy además de buscar alojamiento ha sido comprar una tarjeta Sim etíope para poder usar mi móvil. Uno de los hijos de los dueños del hotel me ha acompañado hasta la tienda de la única compañía de teléfonos del país, que está como a 20 minutos caminando de mi hotel. El paseo ha sido muy interesante. Fitsum, que tiene mi edad, me ha llevado por un camino que atraviesa la iglesia ortodoxa de San George. Porque debéis saber que aquí la mayoría de la población es cristiana ortodoxa. Me ha llamado mucho la atención ver a los fieles rezando con la cabeza apoyada en las paredes exteriores del templo, igual que se hace en el muro de las lamentaciones de Israel.

Este paseíto me ha permitido conocer un poco de Addis Abeba, y lo que he visto me ha encantado. No es bonita, no es moderna, no esta muy limpia, ni muy desarrollada, hay muchos discapacitados y personas sin hogar pidiendo en la calle… Pero es amable, huele a comida muchas veces, tiene una vida callejera muy intensa (miles de fotos por todas partes) y, lo mejor de todo: es tranquila, aquí no tocan el claxon a lo bestia como lo hacen en toda Asia… lo que agradezco hasta el infinito.

Reunión de amigos

Reunión de amigos.

Hablando y hablando de cristianismo y otros asuntos con Fitsum, hemos llegado a la sede de la compañía de teléfonos, Ethio Telecom. Aquí también me han ayudado a hacer todo el papeleo y, cuando he terminado, el empleado que me ha atendido me ha llevado a otra tiendecita cercana para que me pusieran bien la tarjeta Sim y me pegaran un protector de pantalla nuevo, que el mío se caía a pedazos. El señor encargado de realizar tan delicada tarea se ha tirado como 15 minutos limpiando mi teléfono hasta dejarlo como una patena. ¡Qué gente más amable hay por aquí! Y ya, con las mismas, me he vuelto por el mismo camino de ida hasta mi hotel. He vuelto a pasar por el templo ortodoxo y me he quedado un buen rato escuchando un canto que salía por los altavoces, como los muecines musulmanes, pero a lo cristiano.

Hora del té

Unos turistas toman el té.

De vuelta a casa, nadie me ha robado, nadie me ha asaltado, ni insultado ni tocado. Solo un par de veces me han llamado white (blanca) y faranji (extranjera). Otro me ha preguntado si soy danesa. Y otro más se me ha pegado para darme cháchara, pero nadie te acosa, o al menos yo no me he sentido insegura o invadida en ningún momento. Sé que solo llevo un día y que mis impresiones pueden cambiar pero, de momento, esto ha sido así.

Y como hoy estoy muy vaga, me voy a quedar en este hotelito tan acogedor escribiendo, trabajando y planeando mis próximos días. Mañana, por ser domingo, haré turismo. Vaya, se acaba de ir la electricidad. Y no hay visos de que vuelva a corto plazo, me dicen… En fin, ¡Bienvenida a África, Lola!

6 respuestas a «Crónicas etíopes (I): Del miedo al amor»

  1. Pingback: Llegar a los 33 en Addis Abeba | Reportera nómada

  2. Jesús Alfonso Gallego Moreno

    Querida Lola. Soy el médico que te dejó un comentario en tu post sobre el hospital de Gambo. En un rato de tranquilidad que tengo en estos momentos me he puesto a leer tu primera entrada sobre tu viaje a Etiopía.
    Somo puedes suponer me ha encantado. Tengo intención de seguir toda la serie. Será una forma de verme transportado hasta allí, ahora con la imaginación.
    Respecto a tu pregunta de si volvería a Gambo, que me hiciste en mi comentario en esa entrada, he de confesar que, si hubiera tenido 10 años menos cuando estuve allí (tenía 35), posiblemente me hubiera quedado.
    Ahora mi vida ha ido por otros derroteros. Estoy casado, trabajo aquí en Madrid. Aunque trabajo en una institución (Complejo Asistencial Benito Menni, de Ciempozuelos, el antiguo psiquiátrico de mujeres) que intenta mantener las motivaciones que se tenían en Gambo, o al menos a mi me parece. Sólo que aquí, en el primer mundo, curiosamente, es mucho más díficil.
    Bueno, no te entretengo más. Seguiré aprovechando momentos de tranquilidad para seguir tu serie sobre Etiopía y alguna otra cosa que cuelgues.
    Un abrazo.

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