Crónicas de periolistas, cap I: Tomelleuse

Son las siete de la mañana del 5 de diciembre de 2012, y en este lugar perdido del sur de Flandes no ha amanecido aún. A través del tragaluz de nuestro dormitorio se ven todavía las estrellas. No sé dónde estamos, sé que es un lugar cercano al pueblo de Ronse, pero nada más. Por cierto, no somos Pilar y Lola durante este viaje, somos la pareja artística Wonen & Bouwen. Son dos palabros en neerlandés que vimos en la web de un ayuntamiento. Significan “construcción y vivienda”, o algo asi, pero nos han parecido adecuados como pseudónimos en estas tierras. Estamos aquí para hacer un reportaje sobre la convivencia entre valones y flamencos, un asunto espinoso, y he de decir que los acontecimientos  de las últimas 24 horas han sido caóticos. Hace justo un día a estas horas despegábamos de Barajas en un vuelo de Ryanair en compañía de otros cuatro compañeros de la Escuela. A pesar del sueño, no pudimos dormir casi nada por culpa de (o gracias a) el azafato chistoso que nos tocó en suerte. El chaval se lo curró, sobre todo cuando le tocó vender lotería. Decía: “No me pongáis excusas cuando pase con los boletos, no os hagáis los dormidos, que sé que en estos aviones es imposible, con los asientos que no se reclinan, las luces a tope y nosotros vendiéndo de todo. No me digáis que sois ricos, porque entonces ¿Qué coño hacéis viajando en Ryanair?» Así se tiro todo el viaje.

Wonen con el periódico de Tournai, súper enterada.

La llegada a Bruselas fue gloriosa, porque nuestra primera parada fue en una de las pastelerías Paul, que está justo en la terminal de Charleroi. Tarta de flan y de coco y p’al pecho, y a seguir. En este momento nos sepraamos de nuestros compañeros: ellos iban a Bruselas y nosotras a adentrarnos en las profundidades de Flandes: exigencias del guión. Y allí que nos vamos, en un autobús, a la estación de trenes de Charleroi, desde donde cogimos un trenecillo muy retro pero cómodo hasta Tournai. Allí hicimos transbordo. Pasamos unos 45 minutos en los que nos dio tiempo a adivinar que la ciudad es bien bonita (Wonen ya lo sabe porque ha estado aquí antes y lo confirma). También nos dio tiempo a ver a una niña siniestra y a comprar el periódico local, por eso de ver de qué se habla por aquí.

La niña siniestra de Tournai.

Justo después cogimos el autobús que nos llevaba a Ronse, y entonces caímos en la cuenta del lugar en el que nos estábamos adentrando: estrechas y sinuosas carreteras, campo, campo y más campo a ambos lados, casitas de pueblo desperdigadas… ¡Esto es el Tomelloso español, la Bélgica profunda! ¡Estamos en Tomelleuse! Por desgracia, o por culpa nuestra más bien, perdimos la oportunidad de hacer la foto del cartel que marca el paso de la frontera entre Valonia y Flandes. Tournai es Valonia, pero Ronse es Flandes. Queríamos fotografiar el letrero en los dos idiomas, pero estábamos inmortalizando dentro del autobús y se nos pasó. Lo vimos demasiado tarde y Wonen solo tuvo tiempo de disparar precipitadamente, con lo cual la foto salió movida y desenfocada. Muy mal.

Estamos en Tomelleuse!!

Ronse nos recibió con sol, aunque mucho frío, y con una mala noticia: la dueña del albergue donde nos teníamos que alojar nos llamó y nos dijo que se tenía que marchar, y que hasta las siete por lo menos no estaría para recibirnos. Eso significaba que íbamos a tener que cargar con los macutos todo el día. Le insistimos en que nos esperara solo cinco minutos, que íbamos en taxi… Pero, la tía, erre que erre. Así que nos quedamos compuestas y sin hotel,  y con una cita con nuestra primera entrevistada en una hora escasa. Esa hora, al final, dio mucho de sí, porque, aunque fue muy incómoda, nos dio para hacer un primer acercamiento a este pueblo. Enfilamos la calle principal buscando la oficina de turismo, la cual encontramos no sin antes dar mil vueltas, toparnos con una mujer chunguísima que nos dijo que en Ronse no hay hoteles, que es muy feo, que qué hacemos aquí… Pero también con un par de viejecitos encantadores que nos guiaron muy bien. Mientras dábamos vueltas, llegamos a la Grand Place, vimos que los nombres de las calles están en los dos idiomas: flamenco y francés, que la mayoría de tiendas también son bilingües y que la gente habla francés sin problema. Estamos a tan solo unos kilómetros de la frontera con Valonia, en el Flandes fronterizo, y aquí el bilingüismo no es un problema, a primera vista.

Aquí todo va en dos idiomas.

Finalmente, encontramos la oficina de turismo y con la ayuda de la empleada, Annie, confirmamos nuestras peores sospechas: que solo hay tres hoteles, dos están llenos y el tercero es demasiado caro para nuestros bolsillos. Y en estas que nos dimos cuenta de que casi eran las dos, hora de nuestra cita con la Asociación de Mujeres Jóvenes de Ronse, y que estábamos a tomar por saco de la estación, donde habíamos quedado. Salimos a toda máquina, cargadas como mulas, y llegamos tarde. Isabelle, la mujer con la que habíamos contactado, nos está esperando en la estación acompañada de su hija, una niña de unos 4 años, y tres “jóvenes” miembros de la Asociación: tres rollizas jubiladas. Aunque llegamos tarde, toda esta tropa ha sido súper amable con nosotras. Nos llevaron a la Grand Place del pueblo -la plaza Mayor-, a una cervecería enorme, muy acogedora, decorada con espejos, paneles de madera, barra interminable y luces amarillentas muy tenues. Solo había viejecitos tomando cafés, chocolates y cerveza. Esto es algo que me llama mucho la atención. que casi todos los adultos que nos acompañaban se pidieron un chocolate caliente. En España, la gente toma café… Prejuicios que tiene una.

Las señorucas de Ronse, con sus chocolates.

Las siguientes dos horas las pasamos hablando de valones, flamencos, amistades y enemistades, y como es un rollo increíble, me lo salto. A eso de las cinco, nos despedimos de ellos después de que nos hubieran invitado al chocolate y arreglado un sitio para dormir. (El sitio en el que estamos ahora). La cosa ha sido que Isabelle nos ha recomendado un Bed & Breakfast de un amigo de ellos que es periodista y que podría hablarnos de este tema de la convivencia. Dijimos que sí,  y ella misma se encargó de llamarle y también de llamar al otro hostal y cancelar la reserva. Que se joda la tipa, que nos dejó tiradas. Se ha quedado sin dos clientes.

La cervecería monísima

Al término de esta entrevista tan entretenida nos quedamos solucas durante un par de horas en las que recorrimos Ronse para ver en qué idioma se maneja la gente, e ir a la iglesia, ir a un kebab, ir a una oficina de empleo, ir a una inmobiliaria… pero nos cayó la mundial, así que todo salió un poco al revés. Fuimos a una oficina de Randstad, y pese a deberían atendernos según el horario que pone en la puerta, la empleada nos mandó a freír espárragos finamente. Las inmobiliarias estaban cerradas,y al final acabamos en una tienda de lanas donde vimos unos gorros y bufandas maravillosos y calentitos. Preguntamos precios y… acabose. De 30 euros no bajaba nada, cuestan más que una habitación de hostal en Bruselas. La dependienta, una ñora delgada y con gafas sujetas por una cadenita, de las que se llevan muy debajo de los ojos, nos insistía mucho en que debemos aprender a tricotar. Si claro, no tengo otra cosa que hacer…

Aquí nos cayó la mundial

Aún nos dio tiempo a ir a un kebab para hablar con su dueño turco sobre cosas como integración y otros rollos macabeos. Muy amable el tipo, se parecía a Jafar, el de la peli de Aladín. Y también fuimos a un súper a comprar un champú que en España no se encuentra para Wonen. Y encima la tía va y liga, pues había un tal Dimitri que le ponía ojillos de cordero degollado en la cola de pagar, y mientras yo alucinaba ante paquetes de doce Grimbergen por 8 pavos, la otra pelaba la pava con el tipillo este, que era muy majo pero muy pesado, y se nos quería adobar a toda costa. Pobrecito, se quedó con las ganas.

Doce Grimbergen a 8 euros. Montañas de ellas!!

He de decir que a estas horas, Wonen & Bouwen no habían comido, estábamos con la tarta de por la mañana, así que nos fuimos a un restaurante y nos pusimos hasta las patas. Por eso llegamos tarde a la cita con nuestro anfitrión, cómo se nota que somos españolas, ahí fomentando los topicazos, ¡ole!Pero el tipo no se enfadó, nos estaba esperando con una botella de cerveza en el local donde habíamos quedado.

Ensalada más grande que yo para cenar.

Encontramos a Marc en el bar de antes, tomando una cerveza. Es profesor de historia de secundaria, y rondará los 50 años. Es hablador y jovial, y se mola hablando de la historia de Flandes y España, con los Habsburgo, Carlos V, Juana la Loca… en este punto discutimos un poco  porque yo digo que no estaba loca, solo deprimida y un poco obsesionada con su marido, pero nada que no se hubiera arreglado con un terapeuta. También nos contó que la hermana bastarda de Felipe II (una cana al aire de Carlos V por estas tierras), Margarita de Parma, nació en Nukerke, un pueblo del que ya nos han hablado antes Isabelle y compañía. Es un poblacho típicamente flamenco, a solo 10 kilómetros pero donde nadie habla francés. Tenemos que conocerlo, ya es la segunda vez que nos lo mencionan. Es una señal.

Una birrilla p’al pecho, por lo bien que lo hemos hecho!

Nos fuimos a su casa, que no sabemos donde está. Eran las ocho y media y noche cerrada, no se veía un carajo, y hacía un frío que se te caían las manos. Nos metimos en su coche totalmente confiadas, como si no pudiera parar en una cuneta y asesinarnos. Pero no nos asesinó, nos llevó a su hogar, que es un caserón enorme que según el usaba antes en sus vacaciones. Vive con su perra Mila, una labrador súper linda, y los findes con su novia. Marc nos deja toda la planta superior para nosotras, y ahí nos quedamos molidas de cansancio y con mucho trabajo aún por delante: contar todas las aventuras del día.

No paramos de pensar y de escribir

Ducha, acomodarse en la cama… joder, hacía y sigue haciendo un frio que pela dentro del cuarto, que por cierto, tiene toda la pinta de ser la antigua habitación de los hijos. No destaca por su limpieza, pero bueno, ambas hemos dormido en sitios mucho peores. Lo que más nos echa para atrás es que el wáter es marrón… por fuera y por dentro. Y que las toallas huelen a humedad. Cotilleamos un poco los muebles del cuarto, hay cedés viejos que son verdaderas miticadas, cosas frikis en neerlandés. Al final enchufamos uno de Alanis Morrisete en el ordenador de Wonen, y ahí en la cama metidas, con un edredón nórdico, una manta doblada en dos y el jersey gordo puesto, nos acabamos durmiendo a las diez menos cuarto de la noche, no sin antes pensar que estábamos en una casa en medio de la nada a merced de un tipo que no conocemos y que en cualquier momento podría subir a la habitación y violearnos, acuchillarnos o cualquier cosa. Pero nos dormimos tan panchas igualmente. Y ahora son las siete de la mañana, ya estamos en pie, y mientras el buen señor, que es un pedazo de pan, nos prepara el desayuno, yo escribo esta parrafada. Estamos cansadas, desorientadas y acojonadas porque no nos salga el reportaje como es debido, sentimos una gran responsabilidad sobre nuestras cabezas. Pero por otra parte, sabemos que estamos haciéndolo lo mejor que podemos y que si fallamos, ya aprenderemos para la siguiente. Y además nos estamos divirtiendo muchísimo, resulta que cuadramos bien como compañeras de viaje, y eso es de las mejores cosas que le pueden pasar a una.

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