Comida, sastres y señoras en Hoi An

Pasito a paso sigo subiendo por Vietnam, de sur a norte, en una suerte de circuito turístico muy bien establecido y del que no me es fácil salir. Me va bien, y me gusta lo que descubro, pero también es verdad que esperaba algo más “salvaje”, entiéndase la expresión. Desde Saigón hasta Hanoi, tengo contratado el autobús que pasa por Nha Trang, Hoi An y Hué del que ya hablé antes. Está muy bien el precio, la verdad, pero si quieres probar a explorar por tu cuenta el país, la cosa se vuelve muy complicada porque no se encuentra información de ningún tipo. Y si encima no tienes carné de conducir como es mi caso, nos ponemos en un imposible.

Me encantan las señoras con gordito cónico y con esta manera de transportar la fruta.

Señor, ¿me lleva a dar una vuelta?

Espero encontrar un poco más de aventurilla cuando llegue al norte del país y explore Sapa o la frontera con Laos. Mientras tanto, continúo la marcha alegremente sacando lo mejor de cada sitio que visito.

Hoi An ha sido la última parada de mi autobús-cama. El casco antiguo de esta ciudad es Patrimonio Mundial de la Unesco debido a su arquitectura colonial, mezcla de las culturas china, japonesa y europea. Dando un paseo por sus callejuelas no es difícil imaginarse cómo era la vida aquí hace 150 años, cuando ya era puerto comercial internacional.

Recogiendo verdura. Ambiente rural a tope.

El Río Perfume.

La ciudad, ciertamente, es muy bonita, como de cuento. Sus descoloridas fachadas semi cubiertas de plantas trepadoras, la plácida inactividad de los pescadores a orillas del río Perfume y los diminutos cafés y tiendecitas con contraventanas de madera, hacen que conserve un ambiente con regustillo a tiempos pasados.

El río Perfume, adornado con farolillos.

¡Una boda vietnamita!

Pescadora de 120 años por lo menos.

Para acceder al casco antiguo hay que pagar una entrada de tres euros más o menos. Entre que el cobrador nunca está en su sitio y que yo rateo todo lo posible, me he colado alegremente. No es ningún delito, ya que cualquiera puede explorar libremente las calles del interior. El problema es que este ticket da derecho a visitar una serie de edificios antiguos y museos, como la casa de Tan Ky, un antiguo mercader vietnamita del s. XIX, que está muy bien conservada, o el salón de actos de la comunidad chino-cantonesa de Fujian. Me los perdí, los vi solamente desde fuera, y ambos parecían interesantes pero no más que todas las pagodas, templos y demás parafernalia asiática que ya he visitado. No obstante, sí que tuve acceso al puente cubierto japonés, de 1593 nada menos, pero perfectamente conservado a pesar de haberse construido en madera. Tanto que estaba lleno de turistas occidentales, la mayoría viejunos y bastante gorditos, y no se caía. Este puente tiene en un extremo una figura de un perro y en el otro la de un mono, y dicen que es porque empezó a construirse en el año del primero y se acabo en el del segundo.

En las mesitas que se ven al fondo, almorcé como una reina.

Puente cubierto japonés.

Con mi cara dura habitual también me he metido en el Museo del Comercio de Cerámica, donde se exponen restos arqueológicos utensilios domésticos del año de Maricastaña. Y la verdad, salvo que te atraigan muchísimo las vasijas vietnamitas, este lugar no tiene el menor interés.

Callejeando por Hoi An…

En vez de visitar más casas, más templos y otras construcciones para las que había que pagar, me he dedicado a patear la ciudad, que es lo que realmente te hace disfrutarla y empaparte en su ambiente. En seguida descubrí que Hoi An también es un paraíso gastronómico, y he tenido la suerte de comprobarlo. Y sin arruinarme. Durante el primer día di con una casa de comidas en la orilla del río Perfume, donde todo era inmensamente económico. Y allí he probado las especialidades de la región, como la White Rose, que son unas empanadillas de gambas con algo de ajo rehogado, el Ban Xeo, que son unas tortitas rellenas de verduras y gambas que se enrollan en papel de arroz con más verduras, el wan ton, pero no como el que se toma en España, sino bien relleno y con carne y vegetales por encima, o los rollitos vietnamitas. Todo me ha sabido sublime, y por primera vez, me ha dado pena abandonar un sitio solamente por la comida que echaré de menos.

Hoi An es la cuna de la gastronomía vietnamita, pero sus habitantes solo comen sopa.

Pollo para comer.

Pero no todo ha sido comer. También he tenido tiempo para patear a base de bien el mercado de verduras y pescado que hay a orillas del río. El propio Perfume genera una vida muy animada en sus márgenes. En el mercado, que es un hervidero de actividad, las mujeres se afanan cortando y lavando pescado u otros bichos marinos, mostrando orgullosas los vivos colores de sus frutas y verduras, o simplemente viendo pasar la vida con total despreocupación. Los olores más variopintos se mezclan con el griterío de las campesinas, los rugidos de las motos, que como siempre, aparecen por cualquier rincón insospechado, o con el rumor de las aguas vecinas.

Motos que venían hasta en barco.

Señor cachondo y desdentado.

Protegiéndose de la lluvia.

Esta mujer vendía especias, consultaba algo que le había preguntado un cliente.

En realidad, para un occidental es toda una aventura meterse en semejante fregado. Basta que te vean las pintas para que una docena de señoras con gorrito cónico se apresure a tu lado para venderte cualquier cosa: comida, ropa, cuencos de madera, bálsamo de tigre… da igual. Muchas se ofrecen, armadas con una amplia sonrisa, para dejarse fotografiar con sus simpáticos sombreritos… pero hay truco. Si no les das un dólar después, se indignan muchísimo y te increpan en vietnamita. A saber cuántas maldiciones me han echado, porque no he soltado ni un duro. Si lo pidieran antes, quizá se lo diera, pero no me gusta que me ofrezcan algo con aparente buena intención para luego pedir dinero. Está feo.

Todo se vende en bolsitas de plástico como esta, desde galletas hasta sopa.

Cangrejera o mariscadora. Vaya lugar de trabajo tan inhóspito. 🙁

La fila de señoras del mercado.

¡Miles de trajes!

Y para terminar de contar esta historia, he de decir que otra razón por la que Hoi An es famosa es por contar con las mejores costureras del país. La ciudad rebosa de tiendas donde te hacen la ropa a medida, y de hecho, muchísimos extranjeros se acercan hasta aquí para encargarse todo tipo de prendas: Vestidos, chaquetones, faldas, corpiños de fiesta, trajes de caballero… la verdad es que todo tiene precios fantásticos y tanto la tela como los cortes son de muy buena calidad. Me ha resultado muy curioso ver tantas tiendas de lo mismo, y todas llenas de enormes carteles con recomendaciones en varios idiomas de tal o cual turista que salió encantado con sus dos toneladas de ropa nueva. Quién quiere un Zara teniendo a las modistas de Hoi An…

2 respuestas a «Comida, sastres y señoras en Hoi An»

  1. SILVIA

    LAs fotos preciosas…
    había visto el puente con anterioridad, pero las fotos de sus habitantes son GENIALES.
    Felicidades por el gusto en elegir los detalles y los encuadres

    Responder

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