Bizarreando en Praga, parte II: comidas copiosas y hostales que parecen bosques

Caminar por Praga cansa. Hay muchas subidas y bajadas, y el suelo empedrado no es lo más adecuado para unos pobres pies calzados con playeras de suela de goma. Por eso a la una de la tarde ya no podía dar ni un paso más, la visita al Castillo me mató, así que decidimos hacer un descanso para comer un poco antes de la hora habitual.

A este perrete le daba igual el suelo adoquinado.

El lugar elegido ha sido un restaurante de aspecto tradicional con un enorme patio lleno de mesas y sombrillas. Si tenemos en cuenta que aquí escasean los días soleados, hubiera sido imperdonable meternos en un local.  El restaurante estaba lleno, claro, pero la camarera no nos ha dejado marcharnos, no ha parado de dar vueltas como una mosca hasta que nos ha encontrado mesa. ¡Menuda chica todo terreno! Era híperactiva. Ya por fin nos hemos sentado y hemos pedido dos platos de carne con salsa, más o menos parecidos a lo que llevo comiendo desde que llegué. No me he quedado con los nombres, pero estaban muy buenos.

¡Cerveza para todos!

¡Cerveza para todos!

Comilona, primer asalto.

Y comilona: segundo asalto.

…Y mi benefactor, que está igual de guapo que hace dos años.

…Y mi benefactor, que está igual de guapo que hace dos años.

La chica nos ha atendido muy bien porque, según José, le va la propina en ello. Aquí no se dejan monedas sino que se pacta un redondeo cuando vas a pagar. A mi me resultaría muy incómodo hacer de comercial de mí misma cada vez que fuera a llevar una cuenta. Me daría corte. A esta chica, José -que tuvo la amabilidad de invitar-, le dejó un buen extra. Yo la nombraría reina de las camareras 2012, se lo curró muchísimo.

La próxima, en vez de andar, me alquilo un bólido de estos.

Tras comer como auténticos animales, hemos decidido regresar a Brno, aunque antes nos ha dado tiempo a entrar en un bar/tienda especializado en absenta, donde he visto botellas de mil clases, súper bonitas.

Lindas botellas de absenta.

A la salida, solo nos quedaba volver al hostal y recoger los bártulos. Al igual que hice en Budapest, quiero recomendar muy mucho el hostal en el que nos hemos alojado. Se llama Art Harmony y me ha gustado si cabe más que el anterior. La decoración es lo que me ha dejado más sorprendida, ya que es como entrar en un bosque. Las habitaciones, la cocina, la recepción, las escaleras… Todo está muy profusamente decorado con ramas de árboles, hojas, madera pintada.. todo muy eco y muy hippie, muy zen. La habitación que escogimos era para nosotros solos y tenía dos plantas: una para cada uno, para dormir sin apreturas y con total intimidad. De precio no es tan asequible como el de Budapest, pero aún así se puede pagar. Una pasada, vaya.

Izquierda: cartelitos indicando la distancia de las habitaciones. Derecha: Jose haciendo uso del ordenador del hostal.

Nuestro apartamento. Aquí abajo durmió José…

… y aquí dormí yo, en la planta de arriba.

La vuelta en moto ha sido igual de fantástica que la ida. Los primeros 50 kilómetros he ido un poco incómoda, no encontraba la postura, pero luego todo ha ido muy bien y el viaje se ha hecho muy corto. Montar en moto es lo mejor que hay, me encanta la sensación de velocidad, el viento fresco, el ir dejando atrás los kilómetros de carretera… Creo que podría ser una nueva afición en el futuro, pero no me veo mucho de motera, la verdad.

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