Bizarreando en Praga, parte I: un castillo con récord Guiness, fuentes cantantes y defenestraciones

Una de las cosas que más me gusta hacer cuando visito una ciudad por primera vez es usar su transporte público, y lo que más, el tranvía (if possible). Eso hemos hecho Jose y yo para subir al castillo de Praga después de un -otro- delicioso desayuno en una cafetería cerca de nuestro albergue. Él es un clásico: café y cruasán. Yo,  una cursi: rooibos y tarta de manzana. Hemos desayunado en la terraza del local, al sol, en la mesa de al lado a la de unas señoras suecas, de Ystad en concreto, que se pusieron muy contentas porque dije cosas en su idioma y situé su pueblo en el mapa. Les conté que lo conozco gracias a las novelas policiacas de Henning Mankell.

Mi cursi desayuno.

Viajar en tranvía es de lo mejor… aunque vaya atestado.

El paseo en tranvía me ha dado pie para ver un poco el centro de la ciudad sin tropezarme con turistas a cada paso. Llegados al castillo, yo pensaba que la cosa nos iba a llevar poco, ya que la entrada a casi todos los sitios interesantes cuesta casi 20 euros, y yo no estaba por la labor de pagar esa cantidad. Por eso nos hemos bajado una parada antes y hemos aprovechado el paseo para entrar al recinto a través de los jardines reales, muy elegantes donde está el Belvedere o Palacio de Verano de la Reina Ana, que con sus arcadas, sus columnas jónicas y los relieves con escenas mitológicas constituye uno de los más bellos ejemplos de arquitectura renacencista italiana fuera de Italia. Este palacio fue mandado construir por el rey Fernando I, a su esposa, la reina Ana, pero esta falleció al parir a su decimoquinto hijo, y apenas pudo disfrutarlo.

Praga y el Moldava, de buena mañana.

Praga y el Moldava, de buena mañana.

En estos jardines también está la fuente cantante,  que se llama así porque al caer las gotas de agua sobre su cuenco de bronce, hace un ruido similar a las campanillas y parece que canta. Hay que poner la cabeza debajo del cuenco para escuchar el sonido, pero lo hice y no noté nada especial.

Dentro del castillo. Es como un pueblo de Disney.

El castillo me ha fascinado, y recomiendo su visita a todo el que le gusten las piedras y la historia. Construido en el siglo IX con 570 metros de ancho por 130 de largo, tiene el Record Guinness por ser la fortaleza gótica más grande del mundo. También es el monumento más importante del país: fue residencia de los reyes de Bohemia, de los emperadores del Sacro Imperio Romano, de los presidentes de Checoslovaquia y  de los de la República Checa. Cuando he llegado, me he dado cuenta de que la idea que yo tenía de castillo medieval no tiene nada que ver con éste: no es una mole compacta de piedra sino un delicado conjunto de palacios, estrechas callejuelas, placitas e iglesias.

Interior del castillo

Una vez en dentro, me he llevado una sorpresa: los periodistas tenemos precio reducido enla compra de la entrada, así que gracias al bendito carnet de la FAPE me he sacado un ticket por diez coronas checas, es decir, unos 35 céntimos de euro. Así he podido ver cosas tan interesantes como la ventana de la defenestración, qeu es por donde hicieron prácticas de vuelo involuntarias dos gobernadores y un escriba a las órdenes del rey Fernando II de Austria, también gobernador del Sacro Imperio Romano Germánico. La aristocracia checa no estaba muy contenta con que les controlasen y con que el rey, encima, fuese católico (ellos eran protestantes), así que para mostrar su descontento tiraron por esta famosa ventana a los tres pobres hombres. Pese a la elevada altura -unos 10 metros- no murieron, cayeron en un montón de estiércol, pero el acto desencadenó la Guerra de los 30 años. Si es que tirar gente por la ventana está feo.

La ventana de la defenestración. Por aquí tiraron a tres.

También he visitado el callejón de oro, una calle estrecha con muchas casitas de colores construidas en el siglo XVI para acoger, primero, a los 24 guardianes del castillo y, años después, a los artesanos al servicio del rey. Allí vivían el boticario, el sastre, el cerero, una física, un destilador… También vivían los alquimistas de Rodolfo II, un rey del siglo XVI, y precisamente por sus encantamientos y sortilegios Praga adquirió fama de ciudad esotérica y mágica. En el número 22  pasó Kafka una temporada entre 1916 y 1917 en la que intentó alejarse del bullicio de la ciudad para escribir tranquilo, y los checos lo tienen puesto en un letrero en la puerta de entrada, están muy orgullosos de su escritor, uno de los más emblemáticos del siglo XX. (Su título más famoso es  La Metamorfosis, por si alguien no cae…). La casita ahora es una librería minúscula en la que yo he comprado un calendario con imágenes de Mucha igual de pequeño.

Se han abierto tiendas para turistas en las casas del callejón.

Las casitas ahora están adecentadas.

Las estancias son muy graciosas, son chiquitísimas y dentro, protegidos por cristaleras, están aún los muebles y objetos de las personas que vivieron allí. Son estancias polvorientas pero muy coquetas y ordenadas, como las casitas de muñecas. En realidad no se vivía con tanto orden, las casas debieron ser en su día chamizos apestosos, como mínimo mucho más humildes, pero cuando la zona se fue volviendo turística, los propietarios, que ya no vivían allí sino en apartamentos fuera de la zona amurallada, decidieron adornarlas para hacerlas atractivas al turismo y sacarse unas monedas.

Casitas: restos de un antiguo cine, la salita de una física y el lugar de trabajo de un cerrero.

La casita de la costurera.

La cámara del alquimista.

Después de la II Guerra Mundial, el Gobierno checo las nacionalizó y, posteriormente, las restauró. Ahora todo lo que se encuentra dentro de la muralla del castillo pertenece al Estado, que cobra por entrar. Ver las casas resulta un poco agobiante, porque los turistas salen y entran de ellas como hormigas. Si Kafka levantara la cabeza…

La catedral. No me cabía más en el objetivo desde esa distancia 🙁

La otra gran atracción intramuros es la catedral de San Vito, que se ve desde casi cualquier punto de Praga. He reconocer que es impresionante, aunque ganaría mucho de no ser -una vez más- por los turistas. Está saturadísima de gente, hay que hacer cola para entrar, cola para salir y cola para ver la lujosa tumba del rey Wenceslao IV, que es visita obligatoria porque no hay otro sitio por el que dirigirse a la salida, en el interior de la catedral solo hay un circuito de sentido único.

El interior de San Vitus. A la derecha, la tumba de Wenceslao IV.

Turistas agotados dentro de la catedral.

Su origen se remonta al año 1344, y su estilo es renacentista y también barroco, muy deslumbrante, todo hay que decirlo. Las esculturas y las vidrieras son deliciosas, especialmente el rosetón y la enorme vidriera de Mucha, aunque a mi me decepcionó un poco porque esperaba ver una virgen de estilo art decó y no, lo que vi fueron escenas de la Biblia. No reconocí su toque, y solo supe que era de Mucha porque me lo advirtieron.

La catedral, por dentro.

Así cae la luz filtrada por las vidrieras de colores. ¡Qué bonito!

Lo que más me gusta es cómo se filtra la luz en muchos haces de colores a través de los cristales pintados. ahora, toda la espiritualidad del templo está perdida, no existe con tanto japonudo y guiri en chanclas tirando flashazos a cada esquina. Esta catedral sí que hay que visitarla un martes en febrero a las 8 de la tarde, cuando ni el mismísimo Cristo tenga ganas de estar pasando frío allí.

Matrimonio japonudo haciéndose una foto.

Gárgolas en el exterior de la catedral.

También me dio tiempo a visitar la basílica de San Jorge, construida en el año 920. Es de estilo románico, y muy austero, todo piedra salvo las pinturas de las paredes, unos frescos medio borrados, mal conservados, que llamaron mucho mi atención. Allí no supe qué eran, después busqué en internet y no  encontré nada sobre esas pinturas, pero di con su historia: es la construcción religiosa más antigua del castillo, ha sido reconstruida un par de veces, -la última después de sufrir un pavoroso incendio en 1142- y actualmente alberga las tumbas de los príncipes Vratislav I y Boleslao II, la de Santa Luzmilla, y también acoge la colección de arte bohemio del siglo XIX de la Galería Nacional de Praga, aunque yo eso no lo vi por ninguna parte, no sé si por mi despiste o porque se la han llevado a otro sitio.

La Basílica de San Jorge.

 

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