Apuntes desde Zanzíbar (VII): La isla prostituida

Comercian con ella día tras día. La ofrecen como un destino paradisiaco, con playas sin parangón de aguas turquesa y fina arena blanca. A todos los rincones del mundo llegan fotografías de su mejor cara: expuesta en catálogos de viajes, en agencias turísticas y en medios de comunicación especializados y generalistas. «Observe delfines en libertad», «bucee en aguas cristalinas rodeado de peces y coral», «deguste la mejor gastronomía», «déjese llevar por el aroma del clavo y la canela de la ruta de las especias», «piérdase por los intrincados callejones de StoneTown, la ciudad de piedra». En Zanzíbar todo es perfecto: reenamórese de su marido/esposa, siéntase guapo/a y millonario/a, ahogue sus problemas en la bahía, dé envidia a sus amigos, viva la vida que siempre ha soñado… Muchos no saben situarla en el mapa, y ni siquiera que está en África y no en el Caribe o en Indonesia. Pero todos sabemos que Zanzíbar es un destino de ensueño al que hay que ir.

Casi nada de lo que se dice de Zanzíbar es falso. Entonces, ¿por qué yo no quiero volver? Quizá esta afirmación sea muy radical. Claro que volvería si surgiera una necesidad o una ocasión adecuada: por un compromiso, por un trabajo, por un evento concreto que fuera de mi interés, por acompañar a algún amigo o familiar que no deseara otra cosa en la vida… Pero, por iniciativa propia y sin una razón en particular, me parece que no.

Turistas en la playa

Turistas en la playa de Jambiani. / L. H.

¿Qué ha pasado? No fui infeliz durante la semana que viví allá. Pero me enfadé. Fueron pocas veces, pero sí un número superior a mi media diaria de cabreos en África, que suele ser de cero a uno cada mil años. Zanzíbar es tan bella, exótica, amable y apetitosa como la pintan, pero la estamos arruinando. ¿Nos? Sí, nosotros. Los turistas, los viajeros, los guiris. El colonialismo del siglo XXI, en definitiva. La isla se rompe y se corrompe gracias al poderoso caballero Don Dinero, que versaba Francisco de Quevedo. Gracias a los que llegamos con los bolsillos llenos y nos comportamos como si estuviéramos en un centro comercial: «Quiero esto y lo quiero ahora. Y me da igual lo que cueste porque seguramente lo voy a poder pagar. Porque estoy en África, en un país en vías de desarrollo donde esta pobre gente solo quiere sacarme la pasta; y si me he gastado 1.000 dólares o más en un vuelo, bien puedo pagarme los caprichos que me dé la gana».

Terraza pija

Terraza pija del restaurante The Rock. / L .H.

En Zanzíbar se juntan el hambre y las ganas de comer. De una parte, tenemos un tipo de turista de un poder adquisitivo medio-alto: europeos, asiáticos, australianos, norteamericanos… Tampoco son demasiado jóvenes; en ocasiones viajan con sus hijos, algunos ya adolescentes. Buscan unas vacaciones para descansar de su estresante vida de ciudadano de un país de desarrollado. Buscan que se lo den todo hecho porque en esos días no quieren pensar ni preocuparse por nada, y tienen pasta suficiente para conseguir que esto sea así. Ese turista no piensa en asuntos como la ecología, la degradación del ecosistema, la sostenibilidad… Ni en la posibilidad de que él pueda ayudar al desarrollo de un país o una región. Es egocéntrico.

Toilet blue

Restaurante en una playa del sur de la isla, donde se va a ver delfines. / L. H.

De otra parte, tenemos a una población de renta baja. En Tanzania, un 28.2% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, según datos del Banco Mundial publicados en un informe de 2015 que pide no olvidar que aún un 70% de la población subsiste con menos de dos dólares al día. En Zanzíbar, los que viven por debajo esta línea suponen el 49% de la población, pero este dato corresponde a 2005, no lo he encontrado más actualizado y sospecho que será un porcentaje menor. Aún así, se debe tener en cuenta que los zanzibareños han sido tradicionalmente agricultores, como la mayoría de africanos de todo el continente, y pescadores. La población es eminentemente rural y hasta la década de los ochenta no sabían qué era el turismo. Hoy, sin embargo, este sector emplea al  35% de la población mayor de 14 años de la isla, que cuenta con un millón trescientos mil habitantes. No deja de ser cierto que el turismo aporta una serie de beneficios para la economía de la isla —fundamentalmente empleo para la población local e ingreso de divisas—. Pero también causa efectos negativos sociales y económicos para las comunidades locales, como la degradación del medio ambiente.Así, con la abrupta irrupción del turismo en la isla, el Gobierno se puso en marcha para desarrollar un sistema y unas infraestructuras que gestionaran el flujo de viajeros y la oferta turística de manera sostenible y que contribuyera a enriquecer a los zanzibareños. Entre esos planes, que deben culminar en 2020, se incluye frenar este deterioro del entorno y la construcción masiva de complejos turísticos en las zonas costeras y lograr un crecimiento económico sostenible y equitativo para toda la población. Pero no todo es de color rosa: en Zanzíbar hoy se despliega el capitalismo llevado al extremo, la ley de la oferta y la demanda en toda su plenitud. Una idea de este crecimiento vertiginoso la da el incremento de hoteles en las zonas costeras: en 2011, la isla de Unguja (la de mayor tamaño y la más conocida) contaba con 12.395 camas, pese a que lo planeado era que en 2015 se llegara a las 9.000. La sobreexplotación de sus recursos marinos también es patente: en 2002 se exportaron nueve toneladas de conchas y se estima que anualmente se venden a los turistas 3.400 dientes de tiburón y 100 mandíbulas.

Tienda pija

Tienda carísima en Stonetown. Las botas de la derecha rondaban los 600 dólares. / L. H.

Debido a esta mezcla explosiva de factores, sobrevienen una serie de consecuencias. Para empezar, todo es más caro en la isla que en el continente. Los precios son elevados a la hora, por ejemplo, de alquilar una moto: 35 dólares por un día, cuando eso es prácticamente lo que te cuesta un coche en Europa. Los restaurantes, los hoteles y las excursiones están a precios similares que en la costa española en pleno verano por dos razones:

1. La mayoría de los negocios hosteleros pertenecen a empresas extranjeras que quieren ganar dinero como si tuvieran el negocio en Europa. El hotel donde me alojé, en la playa de Jambiani, costaba 150 dólares por noche, una cantidad difícil de ganar para un tanzano, pues la renta media per capita aquí es de 600 dólares anuales. Antes de entrar en la segunda razón, diré que, después de reflexionar sobre mi estancia allá, me di cuenta de que estos negocios tan caros tienen un punto negativo porque con tanto negocio occidental es muy difícil que haya beneficios reales para la economía local, ya que estas empresas privadas solo tienen interesase comerciales y se llevan el dinero fuera. Así, desde entonces intento alojarme en hoteles de tanzanos. Y, también pero no menos importante, ocurre que al hacer estos establecimientos accesibles solo a los extranjeros con dinero se crea un muro, una separación entre la población local y los viajeros. Es como un apartheid sin mala intención.

Ayudando a la damaAyudando a la dama a bajar del barco tras una excursión. / L. H.

2. El viajero/turista que solo busca unas vacaciones fáciles va a soltar pasta para todo. Así nos hemos convertido en dólares con patas y hemos corrompido a los zanzibareños, que en ocasiones se convierten en verdaderas ratas acosadoras. Solamente en esta isla he experimentado comportamientos mezquinos y atosigadores por parte de muchos paisanos que no dudaban en agobiar al blanco de turno para venderle lo que fuera, hasta a su madre, por cantidades exorbitadas. No me casa esta actitud con la que yo conozco de los amables y hospitalarios tanzanos de Same, Maore, Muheza, Bagamoyo o hasta de los alrededores del turístico cráter de Ngorongoro, la verdad.

¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Las gentes de Zanzíbar son así de ruines porque así han nacido o es que se han mal acostumbrado al ver lo fácil que es sacarle dinero a un blanco? Escribo sin tener la verdad absoluta de nada, y soy muy consciente de que en todas partes hay gente buena y mala, y que no se puede generalizar. Pero, en este caso mi opinión se inclina hacia la segunda opción porque en los lugares de Tanzania donde el turismo no ha llegado aún, la población local no se comporta así.

Recién llegados

Regresando de una excursión marítima. / L. H.

Se puede ver con facilidad cómo se prostituye la isla en algunos comportamientos de turistas que, por desgracia, son bastante habituales. Se ve, por ejemplo, en quienes insisten en contratar excursiones  para avistar delfines pese a las advertencias de biólogos, conservacionistas y agentes del Gobierno local, que están hartos de decir que esos pobres animales están sufriendo estrés con tanta lancha persiguiéndoles día sí y día también. Se ven cuando un turista coge a un masai por banda y se hace un selfie con él sin preguntarle ni siquiera por su nombre, como si el hombre fuese un objeto de decoración. Tampoco ayuda dejarse timar o soltar el fajo de billetes a la primera de cambio con tal de no discutir o por no tener que buscar un poco más aquello que buscas.

Y, por supuesto, se ven cuando un turista encuentra muy gracioso que un niño le venda una concha preciosa y enorme que acaba de robarle al mar. El chiquillo dirá que necesita el dinero para ayudar a su familia, pero —dejando a parte el expolio de recursos marinos al que está contribuyendo el generoso viajero— hay que tener muy claro que si dejas que un niño se acostumbre a obtener dinero de los turistas con esa facilidad, pasará de ir a la escuela, donde le obligan a hacer deberes y es aburrida y difícil. Y con esto le haces flaco favor al chaval, porque la educación es la única herramienta que de verdad puede garantizarle un futuro digno y una independencia económica.

Los niños de las caracolas

Los niños de las caracolas. / L. H.

Para mi gusto, tampoco ayuda apoyar económicamente a según qué proyectos solidarios. Ojo, que con esto no quiero generalizar, solo digo que se debe mirar muy bien qué se esconde detrás del bonito y bienintencionado adjetivo de solidario, porque hoy en día atrae mucho todo lo que lleve el cartel de «eco», de «sustainable» o lo que ya es el colmo del morro, el de «women empowerment». Encontré uno de estos, así con tufo sospechoso, durante una excursión en moto por la isla, este verano. Era una cooperativa de mujeres recogedoras de algas que luego hacía jabones y lociones vendidas a precios nada tanzanos en una tienda muy cuqui. Me puse a preguntar y resultó que el negocio era propiedad de una noruega de aspecto muy saludable y encantada de haberse conocido que tenía todo un emporio montado. Por supuesto que esas trabajadoras recibían un salario pero ¿de cuánto? ¿Y cuánto ganaba la noruega? ¿Y las mujeres podían tomar decisiones sobre el funcionamiento de la supuesta cooperativa? ¿Y se repartían beneficios? Ninguna de esas preguntas obtuvieron respuesta y yo me quedé con la mosca detrás de la oreja. Entiendo que hay modelos de cooperación Norte-Sur muy eficaces porque una parte da a la otra lo que no tiene: conocimiento, tecnología, capacidad de difusión, mano de obra, materiales… y así se crea un buen negocio y todos salen beneficiados. Pero que lo digan, que digan que es un negocio y que hay un empresario que saca dinero.

Ante un percal semejante, ¿Qué hay que hacer? ¿Dejamos de ir? Para nada. Jamás diré a alguien que no viaje a Zanzíbar. Ahora, sí pediré que se viaje con cabeza y con corazón. Con sentido común. Con afán de contribuir a mejorar la economía y la situación medioambiental de la isla. No olvidemos que con ese mar cristalino y esas arenas blanquísimas conviven a diario personas que soportan condiciones de vida durísimas, como las recogedoras de algas que ya presenté en otro relato, por ejemplo, que trabajan de sol a sol para ganar una miseria con la que malviven. No puedes ir de vacaciones a tu paraíso y ser ajeno a lo que pasa justo a dos metros de ti. No es justo llegar, utilizar todo a tu antojo, avasallar, toquetear y marcharte sin que te importe cómo queda lo que dejas atrás. Así que, por favor, no sigamos prostituyendo Zanzíbar.

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16 respuestas a «Apuntes desde Zanzíbar (VII): La isla prostituida»

  1. Atenea

    Buenas! Acabo de irme de Zanzíbar y no estoy muy de acuerdo contigo en echar la culpa de todo a los turistas, como si ellos fuesen Los Santos y nosotros los que venimos a aprovecharnos de ellos, perdona pero más bien es al revés, te acosan para sacarte el dinero, no ven más en ti que billetes con ojos y te ponen unos precios que ni en América, para todo te exigen propina, aunque tú no le hayas pedido que te ponga la maleta en el coche, si si, te “exigen” la propina, si tienes una excursión pagada también te pedirán propina al terminar. Para comprar cualquier cosa también te pedirán mil veces más de lo que cuesta, además de tomarte el pelo y un largo etc. Los que maltratan su isla son ellos mismos no los turistas que no tienen idea de nada. Yo desde luego no volveré jamás. Nada que ver con Tanzania, que son igual de pobres en sus aldeas y muchísimo más humanos.

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Qué pena que hayas tenido esa mala experiencia. Yo ya he visitado Zanzíbar tres veces y ahora voy a por la cuarta, y mis impresiones no son para nada negativas, aunque es cierto que en todas partes hay gente buena y mala, pero vamos… Que yo no tengo queja! Ojalá algún día le des una segunda oportunidad y cambies de opinión

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  2. Emma

    Hola Lola, estoy leyendo tus post sobre Zanzíbar y sn maravillosos. Esta conclusión, especialmente, la comparto en su totalidad.
    Además añadiría el afán de superioridad racial y económica de determinados turistas que llegan a países «empobrecidos» o de nivel económico muy inferior al suyo, sobre todo en África o Asia, y se dedican a hacer fotos de menores sin permiso de sus padres y a exponerlas en foros o redes sociales. Me parece deleznable.
    Me pregunto si hacen lo mismo con los niños de Noruega, Reino Unido o Escocia cuando viajan por estos países. Me temo que no, seguro que éstos últimos no les resultan tan «exóticos» ni los cosifican como hacen con los niños de países pobres.
    Un saludo!

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Hola Emma, gracias por tu comentario. Es verdad que he visto esa superioridad de la que hablas en algunos turistas, y pienso que en buena parte se debe a que no saben mucho de estos países a los que viajan. Yo aplico el dicho de «no atribuyas a la maldad lo que puedas atribuir a la ignorancia». Lo de las fotos es un tema súper polémico, sé a qué te refieres, claro. En fin… mucho por hacer. un beso fuerte!

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  3. Diego

    Es interesante tu postura, y claramente es muy real, la falta de conciencia y el individualismo extremo nos son buenos consejeros y conducen a un turismo poso sustentable y despiadado. Aun asi, creo que asociarlo al dinero, es la salida mas simple. Leo varios blogs de viajes. algunos mejores, otros peores y tambien viajo mucho; la verdad, debo decir, la mayoría son de ciudadanos de países desarrollados que van a países subdesarrolados, donde pretenden vivir con 5 euros al día, algo que no hicieron seguramente en sus países, esencialmente porque no pueden. El pagar menos no hace las experiencias mas autenticas y quizás se debería pensar que al viajar hay que aportar algo a la economia del pais que se visita, algo que esta presente en tu post, se trata de contribuir a la economia local, y aquel que pretende pagar al minimo cosas que en su pais paga 10 veces mas, a mi entender no lo esta haciendo, solo esta colaborando a que el margen de ganancias de aquel que vive de ese euro sea menor y el seguramente ese individuo nunca podrá montar un blog de viajes para contar sus experiencias en Francia o España…

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Uy qué razón tienes. Confieso que hace muchos años iba en ese plan de ahorrar al máximo y no gastar nada, y ciertamente es que era la única manera de poder viajar, pero sí es verdad que a veces me sentía un poco miserable por regatear 20 centimos de nada… así que dejé de ser tan así. Y tan cierto como que antes tenía menos y gastaba menos, ahora por suerte me va mejor y puedo invertir más en mis viajes, y no me duele pagar más si creo que es un precio justo y que estoy contribuyendo al desarrollo del sitio donde estoy. Eso sí, intento invertir en negocios locales (prefiero gastarme 100 euros en el hotel de un señor de la zona que lo lleva con su familia que 60 en una cadena hotelera de un extranjero) y también regateo si creo que me están hinchando mucho el precio por ser blanca.

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  4. J.T.

    Nada que objetar a tus explicaciones. Podríamos hacerlas extensibles a más lugares por todo el globo porque me temo que, con sus variantes, se da en multitud de sitios; esa absoluta falta de respeto por las gentes y sus entornos sólo porque yo llevo dólares en el bolsillo y vengo una semanita a desconectar sin importarme una mierda otra cosa que no sea mi ombligo.
    Es un círculo vicioso difícil de frenar. Los lugareños no tienen demasiadas herramientas para saber encontrar el equilibrio entre lo que dan y lo que pueden dar. Y por supuesto las grandes corporaciones no se van a preocupar de ello, su planteamiento es simple: «cuando hayamos terminado aquí nos vamos a otro lado». Y con ellos se marcharán las postales maravillosas y la magia y el misterio…. Los dólares se irán detrás.
    La gran ola se frenará y en la orilla quedarán los restos de un naufragio.

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Es verad, J.T. Cuando lo estaba escribiendo pensaba en todos esos otros sitios que he visto igual de prostituidos pero por no enrrollarme más, me centré en Zanzíbar. Una pena 🙁

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  7. Elsa Castaño

    Interesante y esclarecedor artículo ! Diría » desasnador » …algo que he sentido y pensado sobre otros lugares y tu le pones las palabras exactas…»ser ajeno a lo que pasa a dos metros…»

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