ANDANZAS RUMANAS XII: LLUVIA Y PANDILLEROS EN SIBIU

Estoy aburrida a más no poder. Aburrida, y muy cansada y con mucho sueño. No sé si se debe a que ya me he hartado de ciudades encantadoras, a que llevo muchos días viajando sin parar, a que no estaré comiendo bien… O un poco a todo.

He terminado en Sibiu tras un viaje en tren un poco movido porque me tocó ir en el mismo vagón que una docena de niños que se pasaron todo el trayecto pegando voces y portándose fatal. A mi lado, otros dos críos compartiendo en el mismo asiento, hermanos, supongo. Empezaron revolviendo, pero cuando uno me dio un codazo y le gruñí en modo bruja del cuento, se comportaron. Enfrente iba la madre, una rubia hortera e hípermaquillada que les trataba mal: les gritaba y les pegaba. Me dio mucha pena, esa sí que era una arpía. En el otro asiento, enfrente, una anciana cotorra llena de maletas que no se organizaba con tanto trasto. Era cómico verla. Yo me puse los tapones y me sumí en mi mundo.

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Sibiu fue fundada en el siglo XII por colonos sajones y, por ello, gran parte de su arquitectura es de estilo germánico. Antes de la II Guerra Mundial fue la ciudad más importante del país para la minoría alemana y hoy, con más de 150.000 habitantes, un 1,6% es de origen sajón. Gracias a una serie de reformas llevadas a cabo en las últimas décadas, Sibiu es considerada una de las ciudades con mejor calidad de vida de Rumanía. Por esto y porque fue elegida capital europea de la cultura en 2007 me la esperaba vibrante. Pero no ha sido así, aunque no es su culpa, es que la lluvia me ha acompañado casi todo el tiempo. Gajes del oficio viajero.

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Al llegar me alegré mucho al ver que a) podía llegar al hostal caminando y b) me gusta mucho. Duermo en el Smart Hostel y es como un alojamiento de esta clase debería ser: limpio, espacioso, tranquilo, con desayuno rico incluido, una lavadora y, sobre todo, gente maja, y normal. Este hostal mola mucho porque las literas tienen un somier de madera más ancho que el colchón, así que tienes un buen espacio a un lado para poner tus trastos. También tiene una mesita como las de desayunar en la cama, enchufe y una lucecita para cada una, unas buenas ventanas, un wifi que va como un tiro y taquillas con llave. Es perfecto.

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Además lo gestionan unos chavales muy amables. Eric es uno de ellos, es mexicano y está allí de voluntario. También se alojan un francés de Lille que apenas habla inglés, una pareja de británicos jovencitos que cumplen el tópico de ser rubia y rosada ella y muy blanco y pelirrojo él. Y un chico del norte de Rumanía. El grupo improvisado lo completa un americano de la edad de mi padre, por lo menos, que viaja con un chisme de esos de moler pimienta muy grande, como de medio brazo de largo, y lleva sombrero de ala. Es profesor de inglés por Skype y así puede ganarse la vida mientras va de aquí para allá.

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Sibiu tiene iglesias, museos y casas muy viejas con ventanas con forma de ojo entreabierto que hacen que parezca que te miran. Parece eso, que todas nos espían día y noche. Sus barrios históricos están tan bien conservados que en 2004, el casco antiguo pasó a formar parte de la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Y se nota. Por eso prefiero vagabundear antes que meterme en los museos, que no me hacen sentir una especial atracción.

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De las iglesias ya he visitado tres, una de ellas es la catedral de la Santísima Trinidad. De culto ortodoxo rumano, se construyó a principios del siglo XX y está inspirada en Santa Sofía. La gracia de la evangélica, que también es catedral y además luterana, del siglo XIV, es que puedes subir del todo de su torre por unas escalares empinadísimas, a lo Indiana Jones. Y desde arriba se ve todo, hasta el campo.

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Tiene Sibiu tres plazas: la grande, la chica y la de Huet. En esta última se encuentra la catedral luterana. Las otras dos son más interesantes: en ellas abundan terrazas, edificios viejos vistosos y puestos de artesanía, que parece que me persiguen para acabar con mis ahorros. Estos no están siempre, es que justo ahora se celebra alguna clase de fiesta popular. Por eso ayer, en la Plaza Grande, que es una de las mayores de Transilvania, también había un escenario en el que tuvo lugar un festival de bailes regionales. Danzaron rumanos, polacos y colombianos hasta donde yo vi. Los dos primeros al son de una música de violines muy rápida y folclórica, fue muy bonito. Los polacos giraban y giraban al son de la música y yo me preguntaba que cómo no se marearían. El problema es que empezó a llover, la gente sacó los paraguas y ya no podía distinguir nada. Así que me marché. A esas horas ya estaba cansada. En esta Plaza Grande hay dos importantes lugares que se pueden visitar: el Palacio Brukenthal y la Torre del Consejo.

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Yo, como digo, prefiero caminar Sibiu, pero es importante no perder de vista esta torre porque por debajo de ella discurre una callecita que una a esta plaza con la pequeña. Es el camino corto para ir de una a otra. De la Plaza Pequeña parten unos cuantos callejones misteriosos y pequeños que dan muchas ganas de explorar. La única calle de la que recuerdo el nombre es Ocnei, que divide la plaza en dos y pasa por debajo del puente más famoso de la ciudad, del que dicen que cruje cuando alguien suelta una trola encima de él. De los mentirosos, lo llaman, y está lleno de turistas, claro.Fue el primero construido con hierro forjado en la actual Rumanía y sus piezas se fabricaron en otro lugar llamado Laubach y luego fueron ensambladas ya en Sibiu para reemplazar a un puente de madera que había antes.

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También he visto un establecimiento llamado Casa Calfelor a cuya entrada hay un palo vertical de madera, una columna más bien, llena de tornillos, flechas y otros objetos viejos de hierro clavados en ella. Parece algo relacionado con torturas medievales, pero en realidad es una asociación creada para conservar un antiguo hospedaje de viajeros y promocionar las tradiciones artesanales europeas. En lo alto hay una figura feísima de un dragón o un perro fiero, no sé qué es.

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Y poco más tiene esto. Ya he hecho fotos a todo lo fotografiable. Ah, también he recorrido la principal calle comercial, que no tiene tiendas muy interesantes (Lo más fino, un Zara y un Massimo Dutti), pero sí una heladería italiana con un helado de coco QUE SÍ SABE A COCO. Esto es maravilloso. Ayer, gorda de mí, me comí dos cucuruchos.

Ayer marché al hotel temprano, cuando llovió. Y menos mal, porque luego cayó muchísima agua. Qué gracia que en esa calle de los helados una mujer me llamó por mi nombre. Extrañada, me giré, y vi que era la amiga de María, la chica que conocí durante mis excursiones por Maramures. Que vive allí. Charlamos brevemente, me dijo que María está en Reino Unido visitando a su hermana, que ha tenido un bebé. Y poco más. Ah, sí, que no encontraría nueces. Esto me tiene loca. Aquí no venden frutos secos de los buenos: nueces, avellanas, almendras… así naturales. Luego, en el hostal, mi nuevo amigo mexicano, Eric, me ha dicho que en Sibiu no encontraré, como mucho en algún centro comercial de las afueras. No puedo creerlo.

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AL DÍA SIGUIENTE…

He dormido bastante regular hoy, me he despertado varias veces porque las camas crujen mucho. Y eso que me quedé frita en seguida, súper a gusto, escuchando la lluvia y la tormenta, y con la ventana abierta y el fresquito entrando. He soñado con Paco Salvador otra vez, pero no sé qué me dice, no recuerdo.

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Hoy a las siete ya estaba en pie y he hecho mis obligaciones: lavarme el pelo, poner y tender una lavadora, desayunar… He de decir que estaba tan empanada que he ido a hacerme unos huevos revueltos y he echado vinagre en la sartén en vez de aceite.

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Luego, me he ido a un mercado de los de toda la vida donde he comprado mazorcas para mi nuevo amigo mexicano, que me había pedido (yo me ofrecí a comprarle lo que le apeteciera, no es que el chaval sea un gorrón), y moras para cenar. Y luego ya, a dar vueltas por Sibiu otra vez, y ya tengo sueño. Voy a intentar llegar a una zona del casco viejo que creo que no he visto aún. Pero antes voy a tomarme un café. Entre el sueño que llevo de serie y el plato rumano de salchichas de carne picada que acabo de almorzar, lo que me pide el cuerpo es un siestorro.

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LA DESPEDIDA Y LA PELEA

Escribo sobre Sibiu, pero en verdad estoy en un tren de camino a Brașov, mi cuartel general. No tengo gran cosa que contar de ayer, fue un día muy tranquilo que me pasé casi entero leyendo en diversas terrazas de centro. Estaba súper enganchada a una novela policíaca de Henning Mankell. Pisando los talones, se llama, y necesitaba llegar al final y descubrir si mataban al inspector Wallander o si este atrapaba al asesino múltiple.

De hecho, después de comer me cambié de plaza para tomar un café en The Refresh, en la Grande. Me moría de sueño y ya había fichado antes ese sitio. Me senté en la terracita justo cuando salía el sol (había estado nublado y con pinta de llover todo el día) y me quedé casi dos horas. Luego, tan solo me moví unos metros hacia el gran escenario, donde estaban haciendo las pruebas de sonido para un concierto de mariachis esa noche, con orquesta y todo, englobado en las actos festivos de Sibiu de estos días. Moló mucho porque los tres mariachi cantaron Cielito Lindo y yo me la sé (quién no).

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Deambulé después sin rumbo fijo durante una hora y pico más, y descubrí un par de rincones que aún desconocía. La muralla con las antiguas torres defensivas, muy pintorescas ellas, fue uno. Resulta que Sibiu fue una de las ciudades fortificadas más importantes del sureste de Europa en sus buenos tiempos, y se construyeron varios anillos de ladrillo que la rodeaban con una altura de diez metros. Todos están interconectados con pasadizos y túneles y es súper entretenido caminar sin rumbo por unos y otros.

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El otro fue la plaza Aurelior, que tiene a su alrededor casitas de colores muy apretadas y unas escaleras antiguas y estrechas que suben de nuevo a la Plaza. Aquí pude haber tenido un problema porque me topé con una pelea. Unos tíos jóvenes gritaban, estaban exaltados, y sacaron a otro más grande que ellos de un coche y le sacudieron a base de bien. No sé de qué iba la movida, pero me vieron, y entre que se volvían a gritar al otro y no, se venían hacia mí. Yo, cámara en mano y pinta de guiri despistada, no sabía dónde meterme.

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En estas que pasó una señora mayor, así muy de pueblo, vestido de negro y arrastrando los pies, y con ella que me fui. Ella me hablaba en rumano y yo no entendía ni papa. Como mucho, creo que me dijo que los chicos estaban bebidos y que me preguntó si yo estaba sola y que de dónde soy. Luego, la señora se despidió de mí porque iba a entrar en una tienda de ultramarinos y yo seguí caminando porque era consciente de que los chicos venían detrás, a unos metros. Pero pronto dejé de oírlos y, además, me di cuenta de que no sabía hacia dónde me estaba dirigiendo.

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Dado que aún era de día y que pasaba bastante gente, decidí volver, pero camuflada: me puse el jersey y las gafas de ver, me solté el pelo y guardé la cámara. Cuando pasé por delante de la tienda donde había dejado a la señora, los vi. Uno llevaba tatuajes en la cara, entre ellos dos lágrimas. ¿Los pandilleros de Rumanía serán como los de las maras salvadoreñas? Yo no me quedé a preguntar; apreté el paso hasta llegar de nuevo a la plaza sin incidentes. De camino, me topé de nuevo con la señora, que primero no me reconoció. Pero luego, cuando yo ya estaba en las escaleras angostas y bonitas tomando una foto, me hizo señas para que me marchara. Me asomé y que esos tíos volvían, así que puse los pies en polvorosa.

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Después de este episodio me senté en una terraza a beber una limonada y reirme un poco, porque creo que toda mi peripecia fue más bien una paranoia mental mía y que esos tíos no querían hacerme nada. También me apetecía leer más, hacer tiempo hasta la hora azul. Cuando empezó el concierto de los mariachi, a las ocho en punto, fui a verlos, pero de golpe se puso a llover muy fuerte y, aunque llevaba chubasquero, me tuve que marchar al hostal a toda prisa porque caía demasiada agua y se me estaba mojando la mochila e incluso la cámara. Pobre del mariachi que actuaba cuando empezó a diluviar. Hubo espantada de público generalizada y él, desde arriba, quizá pensó que es que estaba cantando fatal.

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Relatos sobre Polonia, Eslovaquia y Rumanía

POLONIA

  1. Andanzas polacas I: Wroclaw en tres actos
  2. Andanzas polacas II: Las tres tentaciones de Cracovia
  3. Andanzas polacas III: Auschwitz, lección no aprendida
  4. Andanzas polacas IV: Varsovia renace, pero no olvida
  5. Andanzas polacas V: Praga, aquel peligroso barrio de hipsters

ESLOVAQUIA

  1. Andanzas eslovacas: Bratislava en alegre soledad

RUMANÍA

  1. Andanzas rumanas I: Cluj Napoca es imbatible
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  9. Andanzas rumanas IX: Vama Veche y los sentimientos encontrados
  10. Andanzas rumanas X: Brașov a pedazos
  11. Andanzas rumanas XI: En Sighișoara se me fue Paco Salvador
  12. Andanzas rumanas XII: Lluvia y pandilleros en Sibiu
  13. Andanzas rumanas XIII: Teleférico y realeza en Sinaia
  14. Andanzas rumanas XIV: Sospechosa de explosivos

EXTRA

 

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