ANDANZAS RUMANAS VI: ¡POR FIN BUCAREST!

Amanece en Bucarest, a orillas del río Dâmbovița. Hace sol y el día se espera caluroso porque son las 09.30 y la temperatura ya pega fuerte. Mi viaje interminable en autobús a través de Transilvania a tenido su recompensa: He dormido muy, muy bien en esteAntique Hostel, un súper hostal de precio mochilero y servicios de cinco estrellas porque la habitación tiene aire acondicionado. Ahora, mientras espero mi café de verdad en la cafetería Van Gogh, pienso en cómo organizarme para que el tiempo me alcance: quiero ver esta ciudad entera, de norte a sur y de este a oeste. Va a ser imposible, pero qué tentadora me está resultando: la capital de Rumanía, la más poblada, el centro cultural e intelectual del país, con una mezcla importante de estilos arquitectónico debido a los distintos avatares que ha vivido a lo largo de la historia desde la primera vez que figura en un registro escrito, en 1459: la han poseido los otomanos, los Habsburgo, los rusos, los autrohúngaros… Ha vivido su opulencia y elegancia decimonónica, a imagen y semejanza de una París en miniatura, hasta las alucinaciones rocambolescas del dictador comunista Nicolae Ceaușescu, pasando por los estragos de la I Guerra Mundial, la peste bubónica y varios terremotos. Pero a todo ha sobrevivido. Por cierto, que hay varias teorías sobre el origen del nombre de Bucarest. En rumano, «bucur» significa «alegría». Me gusta.

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LA HUELLA DE CEAUȘESCU

Llevo una mañana callejeando y me encanta Bucarest. Es una mezcla de cuquismo, decadencia, comunismo, moderneo hipster, cutrez, romanticismo… Me gusta. Nada más salir del hostal me he topado con un mercado de antigüedades y artículos hechos a mano, como bisutería, y sé que voy a pecar. En mi breve paseo, he visto la Plaza de la Revolución de la que el dictador estalinista Nicolae Ceaușescu tuvo que salir por patas en 1989 ante el levantamiento ciudadano que acabó con su muerte dos días después y con el oscuro periodo comunista del país.

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Es importante conocer esta parte de la historia de Rumanía porque la huella de Ceaușescu ha quedado presente en todo el país. La primera vez que me topé con su legado fue en el museo memoria a las víctimas del comunismo de Sighetu Marmatej. Ahora, en Bucarest, hay mucho más de él de lo que seguramente los rumanos desearían. Intento resumir mucho: En 1989 Rumanía seguía siendo un país bajo un régimen socialista del mismo modo que lo fueron muchos otros Estados vecinos desde el fin de la II Guerra Mundial. En este caso, gobernaba desde 1967 la llamada República Socialista de Rumanía un político llamado Nicolae Ceaușescu que al principio se mostró más abierto hacia Europa y Estados Unidos y se ganó buena fama fuera y dentro de las fronteras. Pero con los años, su manera de dirigir el país se pervirtió: mientras otros países con regímenes parecidos se iban abriendo al mundo y el presidente de la Unión Soviética de entonces, Mijail Gorbachov, hablaba de hacer reformas, Ceaușescu seguía en su mundo paralelo con una política de culto a su personalidad (al estilo de los dictadores de Corea del Norte), muy brutal, represiva y que pisoteaba cada vez más los derechos de los ciudadanos mientras la pobreza no hacía sino aumentar.

Y los rumanos se hartaron, claro.

Los últimos días de diciembre de 1989 Rumanía salió en los informativos de todo el mundo debido a un levantamiento popular que acabaría con el dictador y con su régimen. En diversas ciudades del país tuvieron lugar diversos actos violentos que culminaron con una espantada de Ceaușescu y de su mujer cuando este se encontraba dando un discurso en Bucarest, ante miles de personas, para condenar los altercados que se habían producido días antes en la ciudad de Timişoara. Él estaba asomado al balcón de la entonces sede del Partido Comunista de Rumanía (PCR) y la gente que allí había, en vez de darle la razón, comenzó a gritar vivas a los disidentes y a las víctimas. Se vio todo en directo, en televisión. Se vió cómo su esposa Helena (que era peor que él, dicen) le decía: «¡Háblales, háblales!» para intentar calmarlos. Pero nadie se calmó. Esta historia terminó con la huída en helicóptero del matrimonio hasta la ciudad de Târgovişte, donde fueron hallados dos días después, ya con el país entero levantado. Allí fueron sometidos a un mediático juicio televisado para todo el país que duró dos horas. En él, un tribunal militar les declaró culpables de  genocidio, destrucción de la economía y el patrimonio nacional, subversión del Estado mediante acción armada contra el pueblo y desfalco. Y fueron ejecutados, fusilados. Y sus cuerpos también se mostraron en televisión.

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La revolución rumana fue la única del bloque soviético que acabó con la muerte de su representante político y se saldó con 1.104 muertos y 3.352 heridos. 162 de los primeros y 1.107 de los segundos fueron durante los días de las protestas finales y las restantes, en los disturbios que se produjeron antes de la subida al poder del Frente de Salvación Nacional, una nueva estructura política.

Acabo de hacer un desembolso económico importante en Carturesti, una librería que es de las más grandes y bonitas del mundo. Me he vuelto loca. Tenían mil cuadernos y libros, casi mejor que estos estuvieran solo en rumano porque si no, la lío más. Tras mi saqueo, me estoy tomando una limonada con menta fresquita. ¡Hace mucho calor!

EN LA ANTIGUA CORTE DE BUCAREST

Estoy muy a gusto en la sala común del hostal, que tiene el aire acondicionado puesto en modo venganza. Al final, el día ha cundido. He almorzado en Caru Cu Bere, un restaurante muy famoso y recomendado que por dentro tiene vidrieras y techos abovedados, parece una iglesia. Fue abierto en 1.870 y desde entonces sirve cerveza y una comida muy suculenta. Su nombre, de hecho, significa «carro con cerveza».

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De ahí he seguido paseando por el casco antiguo, empedrado, muy bonito, y he llegado al Monasterio de Stavropoleosde monjas y ortodoxo—, construido en 1724. A lo largo de los siglos ha sufrido mucho y sobre todo por culpa de terremotos. Uno de ellos se cargó la cúpula de la iglesia en el siglo XIX, pero todo ha sido restaurado. Esta iglesia es la única infraestructura original que queda, y dentro de ella se conservan aún unos frescos antiquísimos, renovados en el siglo XX, que cuentan la vida y crucifixión de Cristo y otras historias. Impresiona porque no hay ni un hueco en blanco.

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Este monasterio tiene dos particularidades: una es que el coro de la iglesia canta música bizantina, hoy una rareza en Rumanía. La otra es que las monjas de aquí se dedican a renovar libros antiguos y ropas sacerdotales. No solo rezan. He tomado tantas fotos que una hermana me ha preguntado si estaba trabajando. «¿Y qué si lo estoy?», me digo yo. Pero le he dicho que no, que son para mí. La verdad, vaya.

De aquí me he ido al Museo de Curtea Veche, que era el palacio de Vlad Tepes, uno de los héroes de Rumanía y de quien viene toda la leyenda de Drácula, aunque la ficción no tiene nada que ver con la realidad. Pero de Vlad el empalador hablaré más adelante…

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Tanto este museo como el Monasterio de Stavropoulos, el Caravan Serai y el restaurante Caru Cu Bere se encuentran en el barrio de Curtea Veche, que significa «Corte vieja» y que fue el casco histórico desde finales del siglo XIV hasta 1.718, cuando un incendio la destruyó casi al completo y la corte real decidió trasladarse. Durante años y años quedó abandonada y no se recuperó su historia hasta que comenzaron a realizarse trabajos arqueológicos. Hoy, todas estas ruinas se han convertido en el museo que se puede visitar hoy, y que es el mejor lugar para saber más de aquella antigua ciudad fortificada y rodeada por un foso en la que gremios como el de los sombrereros (sepcari), artistas (covaci), guarnicioneros o trabajadores del cuero (selari) o comerciantes de tela de la ciudad de Gabrovo (gabroveni) se repartían sus calles.
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EL HOMBRE DE ROJO

Después he caminado un montón hasta la Catedral Patriarcal, de estilo renacentista rumano y la más importante de Rumanía hasta que abran una nueva que andan construyendo, que se llamara Catedral de la Salvación del Imperio Rumano (ahí es nada) y que se debería terminar en 2018 y ser la de mayor tamaño del país. Pero la que manda cuando yo llego es esta, la Patriarcal, la de siempre, que hoy en día sigue siendo la sede del patriarca ortodoxo rumano. He llegado en un momento mágico: había misa, que encima era cantada, y se retransmitía por unos altavoces instalados en la enorme explanada donde está el templo. No había nadie, solo palomas. Silencio únicamente roto por los cánticos y la luz de atardecer. Precioso.

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He entrado un momento y he tenido un problema: un señor harapiento, todo vestido con prendas de color rojo y con un libro hecho trizas en sus manos, al reparar en mi presencia no me ha dejado sentarme y ha hecho como si escupiera al suelo, para que me fuera, según he interpretado. Me he colocado en el otro lado, y nadie se ha inmutado, qué piadosos… He atendido un ratito a la misa, que básicamente consiste en que la gente escucha de pie a un sacerdote que canta, pero al que no se ve.  En la parte delantera de la iglesia, que es donde hay un cuartito al que nunca te dejan pasar, se distinguía al cura haciendo algo. En un momento dado ha salido con una especie de botafumeiro y nos ha perfumado a todos. Yo casi toso, me he aguantado porque me daba vergüenza romper esa solemnidad.

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Me he salido fuera porque me aburría y me he quedado sentada en un banco, en la parra, hasta que ha acabado la liturgia y he vuelto para disfrutar mejor del interior. También es muy prolijo en pinturas y adornos de todo tipo. Tienen allí enterradas a varias figuras importantes de esta religión y hay reliquias de santos incrustadas en unas cajas de oro labradas con la figura de ese santo. Y también conservan una especie de féretro muy elegante y, dentro, lo que parece un cuerpo tapado con una sábana. Y todo cubierto por cristal ¿será de verdad? Los fieles daban besos a todo esto, a mí me daba asco. Luego he sabido que se trata de San Demetrio el Joven, patrón de Bucarest, y que cada 27 de octubre acuden miles de personas de toda Rumanía a rendirle culto.

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Otra de las razones por las que he vuelto a entrar ha sido porque el tío de rojo había salido de la iglesia y me estaba merodeando. Y sí: tras pasar un rato dentro, entretenida con los detalles del templo, he visto que seguía esperándome. Ha venido derecho a mí muy enfadado para decirme algo que no he entendido (una maldición, seguro). Le he esquivado dos veces porque me cortaba el paso y al final he tenido que pegar un par de voces para quitármelo de encima.

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Cuando he bajado de nuevo a la ciudad, (la catedral está sobre un montículo), le he visto molestando a otra mujer, y luego me he vuelto a cruzar con él, pero no se ha acercado más. Yo, por si acaso, me he chivado a un policía y le he preguntado si es que quizá yo no podía entrar a la iglesia o he podido hacer algo ofensivo… Pero me ha dicho que no, que ya le conocen y que está mal de la cabeza, que lo vigilarán. A mí me da que la policía está de adorno y cada vez tengo más claro que mi pesada cámara de fotos es mi mejor arma. Como alguno intente algo chungo conmigo, cachiporrazo en la cabeza.

Justo después de este incidente me he vuelto a asustar porque al ir a ver otra iglesia (y ya no quiero ver más, voy sobrada) me he topado con un grupo bien nutrido de hombres enormes a las puertas de la misma y me miraban mucho y muy fijamente. Y yo ya me he emparanoiado, me siento una malpensada y mala gente pero, por otra parte, en menos de 48 horas he tenido que ir dos veces a la policía. Es la primera vez en todos mis viajes que tengo que acudir a un agente. Ni en África, ni en Asia, ni en América me ha hecho falta, toco madera, y en Madrid creo que solo una vez cuando me robaron violentamente un disc-man (qué vieja soy) en la calle Fuencarral.

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Por cierto, la iglesia es en realidad un monasterio y se llama Antim en honor al obispo que la mandó construir, Antim el Ibérico, que al parecer fue un hombre sabio y con una agitada historia detrás. El monasterio es del siglo XVIII y está profusamente decorado con pinturas de colores muy vivos y pan de oro de artistas renombrados de la época que hacen de este templo, dicen, uno de los más bellos de Rumanía. Y me lo creo. También he llegado a la hora de la misa, pero no me he quedado porque ya estaba medio inquieta y no quería demorarme mucho en llegar a mi hostal.

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A la salida he pasado por el súper edificio del Parlamento, obra y gracia de Ceaușescu para demostrar su poderío y, madre mía, sí que es grande. Mañana lo voy a ver por dentro.

 

Relatos sobre Polonia, Eslovaquia y Rumanía

POLONIA

  1. Andanzas polacas I: Wroclaw en tres actos
  2. Andanzas polacas II: Las tres tentaciones de Cracovia
  3. Andanzas polacas III: Auschwitz, lección no aprendida
  4. Andanzas polacas IV: Varsovia renace, pero no olvida
  5. Andanzas polacas V: Praga, aquel peligroso barrio de hipsters

ESLOVAQUIA

  1. Andanzas eslovacas: Bratislava en alegre soledad

RUMANÍA

  1. Andanzas rumanas I: Cluj Napoca es imbatible
  2. Andanzas rumanas II: Maramureș, la última tierra campesina
  3. Andanzas rumanas III: Prisiones tristes, cementerios alegres
  4. Andanzas rumanas IV: No vayas sola a Dej Calatori
  5. Andanzas rumanas V: La chica del autobús
  6. Andanzas rumanas VI: ¡Por fin Bucarest!
  7. Andanzas rumanas VII: Bomba de humo en Bucarest
  8. Andanzas rumanas VIII: Bucarest alternativo
  9. Andanzas rumanas IX: Vama Veche y los sentimientos encontrados
  10. Andanzas rumanas X: Brașov a pedazos
  11. Andanzas rumanas XI: En Sighișoara se me fue Paco Salvador
  12. Andanzas rumanas XII: Lluvia y pandilleros en Sibiu
  13. Andanzas rumanas XIII: Teleférico y realeza en Sinaia
  14. Andanzas rumanas XIV: Sospechosa de explosivos

EXTRA

 

3 respuestas a «ANDANZAS RUMANAS VI: ¡POR FIN BUCAREST!»

  1. Sildavia Viajes

    Que bien!!! te soy sincero, le lance un ojo general a tu site y me gusto bastante… me hace pensar que he perdido la posibilidad de hacer algo parecido, he viajado algunas veces a Tailandia y he vivido momentos geniales, descubrí lugares, gente, comida y muchas cosas fascinantes; pero no he realizado un blog de viaje

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  2. Pingback: ANDANZAS RUMANAS VIII: BUCAREST ALTERNATIVO | Reportera nómada

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